El rol de las élites COLOMBIA DESPUÉS DEL NO, por Alfonso Molina
Es demasiado pronto para escribir sobre el futuro del petróleo colombiano —que es lo que ocupa la mayor parte de mi tiempo en Bogotá— después de la sorprendente derrota del Sí en el plebiscito. Sorprendente por los fallidos vaticinios de las empresas encuestadoras que ahora, desde luego, comenzarán a explicar las razones de sus desatinos, y por la irresponsabilidad de algunos medios de comunicación masivos. Pero así es Colombia y hay que agradecerlo.
Fue una jornada con varias lecciones. Para los partidarios del Sí, para los partidarios del No, para los medios de comunicación, para las encuestadoras y para la mayoría de los analistas políticos. Se equivocaron. El presidente Santos sobrestimó su poder de convocatoria y se apresuró —perdónenme el coloquialismo— ‘a contar los pollos antes de nacer’. Ahora tendrá que ser más humilde y renegociar ‘el mejor acuerdo posible’. Humildad que también le hace falta a Timochenko, pues su primera declaraciones desde La Habana, en la misma noche del 2 de octubre, señalaban a los “promotores del odio y el rencor (sic)” como los autores de la derrota del acuerdo, como si las FARC nunca hubiesen promovido el terror y el dolor entre los colombianos. Hay que ser caradura. En cambio, un político de mucho prestigio. Humberto de La Calle, jefe de las negociaciones del gobierno colombiano en la capital cubana, acaba de poner su cargo a la orden. Asumió su responsabilidad en el fracaso de la gestión.
Ni los propios partidarios del No esperaban estos resultados. Aunque ahora triunfador, el expresidente Uribe también tendrá de modificar su conducta y sentarse con sus adversarios a buscar un nuevo acuerdo. Reconoce que Colombia requiere —con extrema urgencia— desarrollar un proceso de paz aceptado por una base más amplia de ciudadanos. No puede ser sectario. Ahora debe liderar el nuevo proceso de paz.
Paradójicamente, el 2 de octubre puede resultar la fecha en que puede comenzar la convergencia de posiciones antagónicas.
Los medios de comunicación —la mayoría a favor abiertamente del Sí— tendrán que explicar a sus usuarios sus conductas más cercanas a la propaganda que al periodismo responsable. La revistaSemana y los diarios El Tiempo y El Espectador, quizá las publicaciones más prestigiosa del país, perdieron la mesura y no dudaron usar el Sí en sus portadas, como único titular. También quisieron mostrar el ‘rostro humano’ de los líderes de la guerrilla, como si se hubiesen comportado como estadistas y no como terroristas. Pero fueron poco eficaces. Como tampoco lo fueron las encuestadoras que llegaron a darle hasta 70% de intención de voto al Sí, aunque se cuidaron en afirmar que una encuesta es solo una ‘foto’ de un momento político. Viejo argumento que nadie le da crédito.
En Colombia se denomina ‘mermelada’ el uso de los recursos económicos que el gobierno despliega en los forjadores de opinión pública. Varios periodistas latinoamericanos asentados en Bogotá me comentaban el sábado, antes del plebiscito, la cantidad de ‘mermelada’ esparcida en los medios masivos y en las firmas encuestadoras. Mala inversión. Hubo un efecto bumerán.
Pero vayamos a lo medular. Más de 60% de abstención en el plebiscito trasciende la victoria pírrica del No sobre el Sí. Menos de 40% del electorado acudió a una cita que la campaña mediática del Sí califico de ‘histórica’ (para nada), aunque los deseos no se convirtieran en realidades. La verdad es que la mayoría de los colombianos no quiso participar y esto, al final del día, es lo más importante. No creyó en la convocatoria. Es decir, no creyó en quienes la convocaban. Y eso es grave. Porque no se trata solo de las élites política (el santismo o el uribismo o las mismas FARC) sino de la económica y la social. De la élites en general, que tienen como responsabilidad señalar caminos al país. Es lo que hacen los líderes. ¿O no? Las élites también tendrán que cambiar pues ya no dominan al pueblo colombiano. Alguien me dijo hace unos años que el enfrentamiento entre Santos y Uribe —después que el primero fue ministro de la Defensa del segundo— era el enfrentamiento de dos oligarquías, más que la rivalidad entre dos concepciones políticas. Creo que algo cierto hay en esa afirmación.
Me luce necesaria e impostergable la renovación de las élites políticas, económicas, mediáticas y académicas en Colombia. A veces los ojos que venimos de afuera vemos mejor la realidad.
Es evidente que el panorama de las políticas públicas del Gobierno Nacional variarán. Tienen que hacerlo. Entre otras, en el campo de los hidrocarburos, que sigue siendo el mayor generador de ingresos por exportaciones. Aunque a muchos les cueste todavía reconocerlo.
Cuando el presidente Santos habló en al inauguración del Congreso de la Asociación Colombiana del Petróleo (ACP), el jueves pasado, lo hizo con la aparente convicción del poderoso triunfo del Sí sobre el No. Lo escuchamos con atención. Algunos casi con entusiasmo. Gastó más de una hora en hablar sobre la esperada paz en el país, más que de la necesaria e impostergable reingeniería de la industria petrolera. De hecho, toda la sesión estuvo dominada sobre la ‘nueva realidad’ del 3 de octubre. Pero resultó otra.
La nueva realidad implica ahora negociar con las FARC de forma diferente la paz, pero también redefinir las políticas económicas, especialmente la reforma tributaria que buscaba financiar el posconflicto.
¿Cómo afecta a Venezuela la derrota del Sí? No es secreto para nadie que Chávez y después Maduro han sido factores importantes en la definición de la política del acuerdo de paz, principalmente por sus vínculos confesos con las FARC y con el régimen cubano. ¿Recuerdan cuando Santos se refirió a Chávez como su ‘nuevo mejor amigo’? Para la firma del primer capítulo del acuerdo en La Habana Timochenko llegó en un avión de Pdvsa. Aunque no me cuento entre quienes afirman que Colombia estaba condenada al ‘castro-chavismo’ con el pacto de Santos, no puedo ignorar los intereses políticos de la ‘revolución bolivariana continental’. Por eso afirmo que los grandes derrotados son Santos, Castro, Timochenko y… Maduro.
Tengo la impresión de que los ciudadanos colombianos de a pie, es decir, la mayoría del país, sí quiere la paz —porque ha sufrido la guerra de forma brutal y cruel— pero en condiciones que les convengan. Y con justicia.
No hay que ser catastróficos. Más bien hay que reflexionar mucho, sin tomar decisiones apresuradas, para buscar el mejor acuerdo político y económico para beneficio para todos.
Y forjar un verdadero liderazgo.
Venezolano, periodista, publicista y crítico de cine. Fundador de Ideas de Babel. Miembro de Liderazgo y Visión. Ha publicado "2002, el año que vivimos en las calles". Conversaciones con Carlos Ortega (Editorial Libros Marcados, 2013), "Salvador de la Plaza" (Biblioteca Biográfica Venezolana de El Nacional y Bancaribe, 2011), "Cine, democracia y melodrama: el país de Román Chalbaud" (Planeta, 2001) y 'Memoria personal del largometraje venezolano' en "Panorama histórico del cine en Venezuela" (Fundación Cinemateca Nacional, 1998), de varios autores.
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