LA ENCRUCIJADA FINAL
Antonio
Sánchez García | julio 18, 2016 WEb del Frente Patriotico
“Estamos, pues, en pleno Estado de Excepción: el viejo Poder no acaba de
morir y el nuevo Poder no acaba de nacer. ¿Responden y representan Maduro al
viejo Poder que muere y Padrino López al nuevo Poder que nace? ¿Es esta extraña
yunta que la circunstancia nos depara una suerte de reproducción metafórica de
la estatua de Jano, ese monstruo bifronte de cuyas dos caras miraba una al
pasado mientras la otra oteaba el futuro?”
Antonio
Sánchez García @sangarccs
“Se cuenta
excesivamente con la lenidad de la Historia en nuestro país. Es menester que
surja a cada momento, renovada y terrible, la eterna verdad; que la sanción,
los fueros sociales, los derechos conculcados dejen de ser una lívida procesión
de espectros; y que los trogloditas de hoy no imaginen que han de quedar, con
el correr de los tiempos, amparados por ese manto lejano, borroso, impreciso en
que se han arrebujado dentro de la historia contemporánea los malhechores de
ayer, los conculcadores, los consejeros del despotismo, los responsables que
salen a lavarse las manos a todos los pretorios de la humanidad”.
Vuelve a
deambular una vez más, doscientos años después del nacimiento forjado y
violento de una nación llamada Venezuela, ahora por sus ciudades y
pueblos, por sus cárceles y barrios, maquillados por una postiza modernidad de
corredores y despachos de eso llamado Estado y gobierno – ministerios,
gobernaciones, alcaldías, cuarteles -, esa misma lívida procesión de espectros
de derechos conculcados que conmovían de vergüenza e indignación a José Rafael
Pocaterra, aherrojado en una mazmorra por el tirano Juan Vicente Gómez en los
años en que escribiera sus estremecedoras Memorias de un venezolano de la
decadencia.
Vuelvo a
leer esas memorias, noventa años después de haber sido escritas, que debieran
colmar de vergüenza a aquellos venezolanos de bien que osaran mirarse en ese
espejo abismal de sus miserias. Un espejo que, limpio de la parafernalia
mediática que nos ha hecho creer que somos una nación moderna y a la altura del
desarrollo de los pueblos, deja ver el horror de un pueblo que sigue siendo
miserable, consumido por su barbarie, gobernado por los mismos trogloditas que
causaban el espanto de ese insigne y ejemplar venezolano que fuera Pocaterra. Y
para nuestras eternas vergüenzas, en tiempos en que los pueblos que se
sacudieran a sus trogloditas al comienzo mismo de sus andaduras como naciones,
ponen robots a recorrer la superficie marciana o circunvalar al planeta
Júpiter. Algo absolutamente inimaginable en los tiempos en que Pocaterra debía
soportar el yugo y el escarnio del capataz que siguiendo a un personaje
insólito y como inventado por la febril imaginación del novelista Joseph
Conrad, Cipriano Castro, el Gabito, a la cabeza de sesenta forajidos, se cogiera
lo que entonces se creía una república en exactos cinco meses de batallas de
pacotilla: del 23 de mayo de 1899 al 23 de septiembre del mismo año, para luego
de la clásica traición de montaneras, fuera traicionado por su compadre y
segundo de a bordo en la aventura, Juan Vicente Gómez, el benemérito, para
asaltar el Poder en 1908.
Yo no sé
si el general Vladimir Padrino López, máximo exponente de ese ejército fundado
por ese capataz sangriento y devastador, aunque infinitamente más productivo
que aquel teniente coronel que se cogiera el poder para traernos a este pantano
de miserias e ignominias que al parecer ha decidido cogobernar, conoce de esa
historia y sabe del inmenso dolor y del cruento sufrimiento que llevara a José
Rafael Pocaterra, el creador de ese personaje, también trágico y grotesco,
llamado Panchito Mandefuá, a emigrar, perder toda esperanza de resurrección
para el pueblo que tanto amara y muriera en Montreal el 18 de abril de 1953.
Por ello, para contribuir a su conocimiento, quisiera reproducirle las breves
líneas con las que Pocaterra describe la andadura siniestra de este pueblo
huérfano de grandezas tras ese esfuerzo ciclópeo en el que agotara, al parecer
casi para siempre, todo su caudal de energías creadoras – empujado por el
afiebrado y megalómano ingenio de Simón Bolívar – para terminar convertido en
ese cuero seco del que se quejaba Guzmán Blanco, uno de sus principales
beneficiarios y aprovechadores:
“Con la
chistera de Andueza Palacio asomó, terrible, el síntoma dominante del viejo
cuadro clínico que se esbozó en Páez, brotó en forma purulenta con los Monagas,
llegó a hacer crisis en la reacción del 58, duró la larga agonía de la Guerra
Larga, y pasó insidiosa o benigna bajo Falcón y “los azules”, hasta determinar
una dolencia mortal con la dictadura fanfarrona, espectacular y bullanguera de
Guzmán Blanco… Alcántara el viejo, Crespo, los interinos eran complicaciones
menores. Al odioso continuista del 92 sucedió el caudillo clásico a base de
prestigio, el segundo Crespo, “el último caudillo” propiamente dicho. Y luego,
roto el eclecticismo que le trajo al Poder, éste cometió un error y un delito:
imponer su marioneta: Andrade, mentecato, intrigante y nulo. De Crespo dió
cuenta una bala anónima en La Mata Carmelera; de su hechura, poco más tarde
iban a darla Castro y sus sesenta andinos, la traición de los suyos y el
antiguo rencor de Andueza Palacio, cuya testa sombría vuelve a surgir al lado
del guerrillero tachirense como la de un vengador de melodrama. ¿Se quiso
vengar de los “amarillos infidentes”? ¿Confundió en su pasión política a sus
“enemigos” con la misma Patria? Usurpador, murió entre usurpadores. Y la piedra
sepulcral que le cubre no es un argumento para que olvidemos esa tremenda
responsabilidad:
“Yo me
quedo en el Poder porque me da la gana”…
¿Cómo no
asombrarse ante la frase de Andueza Palacio que asombraba – e indignaba, al
mismo tiempo – a José Rafael Pocaterra hace poco menos de un siglo, cifra y
clave ontológica del mal endémico de Venezuela desde la misma Independencia, se
caudillismo atrabiliario, autocrático y dictatorial venezolano, el mismo que le
ordena a Monagas hacer asaltar el Congreso en 1848, con su secuela sangrienta
de diputados asesinados y una constitución ultrajada, y que revive el
mismo 6 de diciembre de 2015, fecha del histórico alzamiento pacífico del
pueblo venezolano con la conquista de la mayoría calificada de la Asamblea
Nacional, en el comportamiento implícito o explícito de Nicolás Maduro y su
carnal Diosdado Cabello cuando, violando la Constitución como Monagas y
Andueza, los lleva a decidir “quedarse con el Poder, porque les da la gana”?
Ni Andueza
Palacio, que tenía tras suyo a Joaquín Crespo, ni Juan Vicente Gómez, que tenía
tras suyo a los ejércitos por él recién fundados y la tiranía que soportaban,
ni el mismo Monagas, podían acuñar la frase y expresar el capricho de quedarse
con el Poder por meros deseos. Que, como maravillosamente lo expresa el
refranero popular, “no empreñan”. Bolívar, padre supremo de la criatura se lo
diría textualmente desde Angostura a quien quisiera oírle: “Aquí no manda el
que quiere, sino el que puede.” El sarcasmo de nuestro héroe broncíneo, iba
dirigido por mampuesto al cura Cortés de Madariaga y al procerato oriental,
encabezado por Santiago Mariño, que aspiraban a un gobierno estrictamente civil
y civilista, en la mejor tradición mirandina, y que, para eterna desgracia
nacional, se quedara en deseos estériles e impotentes.
¿Por qué
los beneficiarios del régimen ya en su etapa agónica y final insisten en
quedarse con el Poder? ¿Por qué rechazan la soberanía del pueblo, delegada el 6
de diciembre a la mayoría calificada de la Asamblea Nacional? ¿Por qué impiden
el Referéndum Revocatorio, reclamado por la absoluta mayoría del pueblo
soberano? ¿Porque, como afirmaría Andueza, “les da la gana”? ¿O, como diría
Bolívar “porque pueden”? Provoca responder con una boutade malévolamente
atribuida a Carlos Andrés Pérez: “ni lo uno ni lo otro, sino todo lo
contrario”. La jerga hamponil del bajo pueblo lo expresa con el matiz de
machismo implícito en el caudillismo de todo tiempo y lugar: “porque les sale
del forro”.
Yo me
atrevería a afirmar que lo hacen, fuera de aquella razón patriarcal, por dos
razones de circunstancias: en primer lugar, porque los civiles “que podrían”
cortar el nudo gordiano que nos ahorca, pues cuentan con el respaldo del pueblo
mayoritario, único poder que podría resolver, con soberana decisión,
quién es el que verdaderamente manda en Venezuela, o no quieren o no se
atreven. Recuerdo la inolvidable frase de Carl Schmitt, el genial
constitucionalista germano que escribió en su obra cumbre, El concepto de lo
político, “soberano es quien resuelve el Estado de Excepción”. Me refiero a la
dirigencia opositora. Que aunque ha puesto el tema del revocatorio en el tapete
duda ante el desafío y empuja a media máquina. Bajo la espada de Damocles de un
régimen dispuesto a jugarse el todo por el todo para quedarse con el poder,
“porque le da la gana”. La segunda razón es tanto o más grave: porque las
verdaderas fuerzas, que sí pueden, porque cuentan con la delegación de las
armas que el soberano les ha encargado en custodia, se comprometieron desde un
comienzo con la felonía del golpe y el asalto al Estado de Derecho. Y aunque ha
corrido demasiada agua bajo el puente, al parecer tampoco se atreven a arrancar
la espada de la piedra en donde la incrustara el fallecido teniente coronel.
Estamos,
pues, en pleno Estado de Excepción en el que se verifica la clásica situación
descrita por Antonio Gramsci para definir las crisis orgánicas: el viejo Poder
no acaba de morir y el nuevo Poder no acaba de nacer. ¿Responden y representan
Maduro al viejo Poder y Padrino López al nuevo Poder? ¿Es esta extraña yunta
que la circunstancia nos impone una suerte de reproducción metafórica de la
estatua de Jano, ese monstruo bifronte de cuyas dos caras miraba una al pasado
mientras la otra oteaba el futuro?
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