"La Enfermedad" podría ser una ópera bufa. Libreto y música: Fidele Castro. Ugo Chiave, barítono; Luce Stella Immorale, soprano; Carlo Scarrá, tenor; Cilia Fiori, contralto; Diodato Capello, bajo; Coro de generales, plañideras, activistas del PSUV. Dirección General: Castro. Mise en scène: el mismo Fidele.
Primer Acto: El rey Ugo I siente disminuir su popularidad a ritmo acelerado entre su pueblo, decepcionado éste por el constante incumplimiento de las promesas del rey de mejorar su situación de miseria. Los caminos se encuentran intransitables, viéndose los campesinos imposibilitados de llevar sus productos a la ciudad; las cárceles son verdaderos infiernos, llenos de enemigos del rey, de supuestos delincuentes a quienes no se les ha probado culpa alguna o ni siquiera se han sido enjuiciados, y de verdaderos delincuentes que se han hecho dueños de ellas con la complicidad de los carceleros. La salubridad, mal atendida por médicos que se desvelan por curar a los enfermos a pesar del mal estado de los hospitales y de la falta de recursos, se encuentra aún peor por la mala alimentación de burgueses y siervos. No así los favoritos de la corte, que a costa de los tesoros del reino disfrutan de exquisitos alimentos, rociados con los mejores vinos, traídos de lejanas comarcas.
Ante tal disminución del cariño y apoyo del pueblo, y temiendo lo peor, que sería su defenestración, Ugo I, movido por su Consejero Mayor, resuelve aprovechar la grave enfermedad que le aqueja para medir el grado de consternación que la noticia de dicho mal causará entre la población. En todas las plazas del reino se leen bandos notificando a los súbditos de la mala nueva, y que el rey ha decidido embarcarse hacia Castrovia, una isla donde su rey, que casualmente es el Consejero Mayor de Ugo, presume (y le ha convencido de eso) de las bondades de sus médicos y alquimistas, hábiles en la preparación de pociones mágicas y expertos en brujería y hechizo.
Luego de un largo viaje a tan remota y aislada comarca, regresa el rey supuestamente curado. Repentinamente olvida sus rencillas con el clero, sus amenazas de cerrar monasterios y conventos y llevar a la hoguera a curas y monjas, del odio que ha sembrado. Regresa fingiendo su fe en Dios, asiste a misa y recibe los sacramentos, cuidando que los pintores difundan su imagen en tan devota actitud.
Acostumbrados a sus patrañas y engaños, los súbditos llegan hasta a dudar de la certeza de la enfermedad del rey, pensando la mayoría que todo es un ardid muy bien tramado por su consejero, para despertar compasión y sentimientos de amor entre la plebe. Para eso sus arengas y discursos desde el balcón del palacio abundan en declaraciones de amor, de promesas que solo repiten las anteriores no cumplidas, de actitudes histriónicas que rayan en lo ridículo.
Pero el pueblo no quiere ese amor de pendejos, ese de un rey que solo los mira de lejos, temeroso de mezclarse entre ellos en la plaza del mercado. El pueblo lo que quiere es que repare los caminos, que haya más guardianes en la ciudad y el campo, que mejore hospitales y escuelas, que suelte a los presos injustamente encarcelados. Los súbditos quieren que el rey se ocupe verdaderamente de ellos. aunque en realidad no los ame.
Fin del Primer Acto de esta ópera bufa. Muy pronto se conocerá el Segundo.
O Patria, o socialismo
y muerte.
peterkalbers@yahoo.com
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