Hay que poner a Dios al centro, no a nosotros
Reflexión de Francisco en la Audiencia general
Por Jose Antonio Varela Vidal
CIUDAD DEL VATICANO, 10 de abril de 2013 (Zenit.org) - Durante la mañana de este miércoles, el papa Francisco acudió a una nueva cita en la plaza de San Pedro con los fieles y peregrinos llegados de Roma y del mundo dispuestos a escuchar su catequesis semanal por el Año de la Fe. Como parte de su intervención, el santo padre aseguró sus oraciones y cercanía con los daminificados y familiares de las víctimas del reciente terremoto que afectó al sur de Irán.
Fue así que el Catequista universal centró su reflexión en el “Sentido y alcance salvífico de la Resurrección”, preguntando a los presentes acerca del significado de este hecho para la vida de los cristianos y por qué sin ella, “es vana nuestra fe”.
Es como una casa, afirmó, “si los cimientos ceden, toda esta se derrumba”…
Hizo ver que después de que Jesús se ofreció a sí mismo en la cruz, tomando sobre sí los pecados de la humanidad, con la Resurrección “llega algo nuevo: somos liberados de la esclavitud del pecado y nos volvemos hijos de Dios, somos engendrados por lo tanto a una vida nueva”, a través del sacramento del Bautismo.
Porque como san Pablo, en la Carta a los Romanos capítulo 8 versículo 15 dice: "Ustedes han recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar:" ¡Abbá, Padre!", también los cristianos deben tener la seguridad de que Dios “es un padre para nosotros”, subrayó.
Un padre --Dios, “que nos trata como hijos, nos comprende, nos perdona, nos abraza, nos ama aún cuando cometemos errores”. Iluminó esta idea con el profeta Isaías, quien en el capítulo 49, versículo 15 dice que aunque una madre pueda olvidarse de su hijo, Dios nunca se olvida del hombre.
Un tesoro nuevo
Contrapuso esta relación filial con Dios a un tesoro que se entierra, el cual va a “un rincón de nuestras vidas”. Este don divino es todo lo contrario: debe crecer, alimentarse cada día por la escucha de la Palabra de Dios, con la oración, la participación en los sacramentos, especialmente de la Penitencia y de la Eucaristía, y de la caridad. “¡Podemos vivir como hijos!”, dijo emocionado.
Ante una dignidad así, de hijos de Dios, Francisco invitó a vivir como depositarios de tal don, dejando que Cristo “nos transforme y nos haga semejantes a Él”. Alertó sobre el riesgo de poner al centro a uno mismo, porque esta experiencia del pecado “daña nuestra vida cristiana, nuestra condición de hijos de Dios”.
Con toda la atención puesta en sus palabras, los asistentes recibieron un valioso consejo del santo padre: “No dejarnos llevar por la mentalidad que nos dice: "Dios no es necesario, no es importante para ti" (porque) es justamente lo contrario, ¡Dios es nuestra fuerza! ¡Dios es nuestra esperanza!”.
Dios es fiel
En medio de estos tiempos de relativismos y vías de escape, el papa invitó a ser “firmes en la esperanza”, y seguir siendo en el mundo “un signo visible, claro y brillante para todos”. Y, tal como lo viene repitiendo en estas semanas, hoy también lo proclamó: “¡El Señor resucitado es la esperanza que no falla, que no defrauda!” (cf. Rm. 5,5).
Recordó cómo en la vida del creyente hay esperanzas que se desvanecen, y expectativas que no se realizan. Pero ante estos eventos, la esperanza de los cristianos debe ser “fuerte, segura y sólida en esta tierra (..) porque está fundada en Dios, que es siempre fiel, fiel a nosotros”.
Por ello recomendó “buscar aún más las cosas de Dios, a pensar más en Él, a rezarle más”.
Advirtió que el cristiano no es alguien que se reduce a seguir “órdenes”, sino que quiere “estar en Cristo, pensar como él, actuar como él, amar como Él”. Hizo por ello un llamado a dejar que Cristo “tome posesión de nuestra vida y que la cambie, la transforme, la libere de las tinieblas del mal y del pecado”.
Finalizó el papa su Catequesis afirmando que todo seguidor del Resucitado, al verse interpelado a dar “razón de su esperanza”, debe señalar siempre a Cristo a través de “la proclamación de la Palabra, pero sobre todo con nuestra vida de resucitados”.
Invitó también al creyente a “ayudar” al mundo con su vida de testigo. Y hacerlo en medio de un mundo “que a menudo ya no puede mirar a lo alto, que no es capaz de elevar la mirada hacia Dios”.
Saludos en español
Ante la presencia de cientos de fieles venidos de los países de habla española, entre ellos algunos "hinchas" de su equipo de fútbol favorito, el papa les dirigió las siguiente palabras:
“Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, provenientes de España, Argentina, México y los demás países latinoamericanos.
En particular, al grupo de las diócesis de Galicia, con sus Obispos, así como a los sacerdotes del curso de actualización del Pontificio Colegio Español, y al grupo del Club Atlético San Lorenzo de Almagro, de Buenos Aires: esto es muy importante.
Invito a todos a dar testimonio del gozo de ser hijos de Dios, de la libertad que da el vivir en Cristo, que es la verdadera libertad”.
El texto completo del papa aquí
Fue así que el Catequista universal centró su reflexión en el “Sentido y alcance salvífico de la Resurrección”, preguntando a los presentes acerca del significado de este hecho para la vida de los cristianos y por qué sin ella, “es vana nuestra fe”.
Es como una casa, afirmó, “si los cimientos ceden, toda esta se derrumba”…
Hizo ver que después de que Jesús se ofreció a sí mismo en la cruz, tomando sobre sí los pecados de la humanidad, con la Resurrección “llega algo nuevo: somos liberados de la esclavitud del pecado y nos volvemos hijos de Dios, somos engendrados por lo tanto a una vida nueva”, a través del sacramento del Bautismo.
Porque como san Pablo, en la Carta a los Romanos capítulo 8 versículo 15 dice: "Ustedes han recibido un espíritu de hijos adoptivos, que nos hace exclamar:" ¡Abbá, Padre!", también los cristianos deben tener la seguridad de que Dios “es un padre para nosotros”, subrayó.
Un padre --Dios, “que nos trata como hijos, nos comprende, nos perdona, nos abraza, nos ama aún cuando cometemos errores”. Iluminó esta idea con el profeta Isaías, quien en el capítulo 49, versículo 15 dice que aunque una madre pueda olvidarse de su hijo, Dios nunca se olvida del hombre.
Un tesoro nuevo
Contrapuso esta relación filial con Dios a un tesoro que se entierra, el cual va a “un rincón de nuestras vidas”. Este don divino es todo lo contrario: debe crecer, alimentarse cada día por la escucha de la Palabra de Dios, con la oración, la participación en los sacramentos, especialmente de la Penitencia y de la Eucaristía, y de la caridad. “¡Podemos vivir como hijos!”, dijo emocionado.
Ante una dignidad así, de hijos de Dios, Francisco invitó a vivir como depositarios de tal don, dejando que Cristo “nos transforme y nos haga semejantes a Él”. Alertó sobre el riesgo de poner al centro a uno mismo, porque esta experiencia del pecado “daña nuestra vida cristiana, nuestra condición de hijos de Dios”.
Con toda la atención puesta en sus palabras, los asistentes recibieron un valioso consejo del santo padre: “No dejarnos llevar por la mentalidad que nos dice: "Dios no es necesario, no es importante para ti" (porque) es justamente lo contrario, ¡Dios es nuestra fuerza! ¡Dios es nuestra esperanza!”.
Dios es fiel
En medio de estos tiempos de relativismos y vías de escape, el papa invitó a ser “firmes en la esperanza”, y seguir siendo en el mundo “un signo visible, claro y brillante para todos”. Y, tal como lo viene repitiendo en estas semanas, hoy también lo proclamó: “¡El Señor resucitado es la esperanza que no falla, que no defrauda!” (cf. Rm. 5,5).
Recordó cómo en la vida del creyente hay esperanzas que se desvanecen, y expectativas que no se realizan. Pero ante estos eventos, la esperanza de los cristianos debe ser “fuerte, segura y sólida en esta tierra (..) porque está fundada en Dios, que es siempre fiel, fiel a nosotros”.
Por ello recomendó “buscar aún más las cosas de Dios, a pensar más en Él, a rezarle más”.
Advirtió que el cristiano no es alguien que se reduce a seguir “órdenes”, sino que quiere “estar en Cristo, pensar como él, actuar como él, amar como Él”. Hizo por ello un llamado a dejar que Cristo “tome posesión de nuestra vida y que la cambie, la transforme, la libere de las tinieblas del mal y del pecado”.
Finalizó el papa su Catequesis afirmando que todo seguidor del Resucitado, al verse interpelado a dar “razón de su esperanza”, debe señalar siempre a Cristo a través de “la proclamación de la Palabra, pero sobre todo con nuestra vida de resucitados”.
Invitó también al creyente a “ayudar” al mundo con su vida de testigo. Y hacerlo en medio de un mundo “que a menudo ya no puede mirar a lo alto, que no es capaz de elevar la mirada hacia Dios”.
Saludos en español
Ante la presencia de cientos de fieles venidos de los países de habla española, entre ellos algunos "hinchas" de su equipo de fútbol favorito, el papa les dirigió las siguiente palabras:
“Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española, provenientes de España, Argentina, México y los demás países latinoamericanos.
En particular, al grupo de las diócesis de Galicia, con sus Obispos, así como a los sacerdotes del curso de actualización del Pontificio Colegio Español, y al grupo del Club Atlético San Lorenzo de Almagro, de Buenos Aires: esto es muy importante.
Invito a todos a dar testimonio del gozo de ser hijos de Dios, de la libertad que da el vivir en Cristo, que es la verdadera libertad”.
El texto completo del papa aquí
El papa venido del "fin del mundo" (V)
Un hijo de América Latina
Por Jose Antonio Varela Vidal
ROMA, 10 de abril de 2013 (Zenit.org) - En esta última entrega de artículos sobre las "raíces" del papa Francisco, hemos llegado al año 2007. Fecha memorable para algunos de nosotros, cuando el Santuario de Aparecida en Brasil acogió al santo padre Benedicto XVI para la inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano – Celam.
Los días que transcurrieron del 13 al 31 de mayo fueron de gran emoción y expectativa, porque el nuevo pontífice cruzaba al otro lado del mundo y todos querían conocer su pensamiento y sentir su cercanía con la Iglesia de América Latina.
Junto a su sistemática presentación de la fe, destacó también el contenido social de sus discursos, en los que cuestionó las estructuras de injusticia y de pobreza generalizadas en la región, marcada por las inequidades y desigualdades. También hizo referencia a la amenaza que traía el regreso de formas de gobierno autoritarias o sujetas a ciertas ideologías “que no corresponden con la visión cristiana del hombre y de la sociedad”.
A esta magna reunión, fueron convocados 266 participantes, de los cuales 162 miembros, entre cardenales y obispos; 81 invitados, ocho observadores y 15 peritos.
El cardenal redactor
Uno de los asistentes era el ya arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio. Después de casi diez años al frente de una gran archidiócesis metropolitana, traía experiencias que confrontar y una gran apertura a las nuevas líneas pastorales que saldrían a la luz en el futuro Documento de Aparecida.
Ahora que ha tomado posesión de la sede de Pedro, se conoció que había presidido la Comisión redactora del texto final. Fue algo que alegró aún más, porque significaba que lo conocía bien y que ya lo venía implementando en los últimos años.
Su intervención principal fue una de las primeras, en la cual advirtió que los pobres “ya no son solo explotados sino sobrantes”, esto a partir de un diagnóstico de la realidad sociopolítica y religiosa de muchos países latinoamericanos.
Según informaron los medios de la época, al hoy papa Francisco le preocupaba que este fenómeno no respondiera solamente a realidades como la explotación y la opresión, sino a algo nuevo: “Con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está fuera”.
Otros temas con los que quiso llamar la atención fueron los referidos a la formación urgente de los laicos y a la evangelización de los grupos profesionales e intelectuales. Además, consideró que “la evangelización de los nuevos grupos emergentes de la modernidad y en situación urbana, presentan un contexto novedoso porque la gran parte de ellos no han cambiado ni abandonado a la Iglesia, sino nacieron fuera de ella”.
El entonces presidente del episcopado argentino, lamentó también que “muchos cristianos vivan aún una separación entre fe y vida, que se manifiesta particularmente en la falta de un claro testimonio de los valores evangélicos en su vida personal, familiar y social”.
Esto explica bastante el programa que viene desarrollando el santo padre en cada de sus intervenciones y con sus actitudes, en las cuales trata de llamar a una verdadera coherencia de vida en todos los niveles de la sociedad, de los gobiernos y en la misma Iglesia...
Renovación pastoral
Ante el panorama descrito por el cardenal Bergoglio, junto a muchos otros que resonaron con dolor y preocupación en los días de trabajo, se veía claro que los obispos reunidos a los pies de Nuestra Señora de Aparecida querían impulsar con decisión el espíritu de “un nuevo Pentecostés” para la Iglesia del continente. El fin era uno solo: “renovar la acción de la Iglesia”.
Surgió entonces la convicción de que todos sus miembros –-desde cardenales hasta los laicos más jóvenes--, estaban llamados a ser “discípulos y misioneros de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan vida en Él”.
Esta frase que sirvió de preparación al evento, fue reflexionada y profundizada sin duda por el arzobispo de Buenos Aires junto a su comunidad local, lo que le permitió llegar dispuesto a trazar en comunión, líneas claras para proseguir la nueva evangelización a nivel regional.
Con un honesto y humilde reconocimiento de las “luces y sombras” que hay en la vida cristiana y en la tarea eclesial, los obispos estuvieron dispuestos en todo momento a ingresar a una nueva etapa pastoral, con “un fuerte ardor apostólico y un mayor compromiso misionero”, que pudiera renovar las comunidades eclesiales y las estructuras pastorales .
Fue para ellos inspirador lo que había dicho el santo padre en su Discurso inaugural, de que la Iglesia está llamada a asumir “la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios”.
¡Qué claro está todo esto en las enseñanzas de Francisco!
Hoy no deja de repetirlo, y se ve que está dispuesto a dar todo de sí para que “la fe, la esperanza y el amor renueven la existencia de las personas y transformen las culturas de los pueblos”.
Heridas del continente
Los participantes, entre ellos obispos como Jorge Bergoglio, decidieron retomar aquel método de reflexión teológico-pastoral “ver, juzgar y actuar”, que permite ver mejor la realidad con ojos iluminados por la fe, y llenar los corazones con celo para ir a la acción.
Lo que se quería esta vez era discernir las líneas comunes para una acción misionera, que pusiera de pie a todo el Pueblo de Dios en un estado permanente de misión.
Un texto del evangelio que narra las palabras de Jesús Buen Pastor se convertiría en el motor de todos los acuerdos: “Yo he venido para que las ovejas tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
Hoy le toca a Francisco llevar a la Iglesia en este rumbo ya conocido por él, pero esta vez como Pastor universal.
Pero así como el entonces cardenal argentino trajo su análisis, otras intervenciones iluminaron los trabajos desde todos los confines del continente. Esto permitió pensar en una misión realista, con los “pies en la tierra”, que tuviera como punto de partida los procesos complejos y en curso que viven los hombres y mujeres de América Latina en los niveles sociocultural, económico, sociopolítico, étnico y ecológico, por nombrar solo algunos.
Surgieron por lo tanto llamados de alerta sobre los grandes desafíos que interpelan a la evangelización, tales como la globalización, la injusticia estructural, la crisis en la trasmisión de la fe, el testimonio de los pastores, entre otros.
Era un balance de signos positivos y negativos que ya movía de su asiento al arzobispo Bergoglio, deseoso de ir entre la gente y decirles a todos --como lo hace hoy: “¡salir, salir!”.
Misión Continental permanente
Poco a poco, los participantes iban identificando “la belleza de la fe en Jesucristo como fuente de Vida para los hombres y mujeres que se unen a Él y recorren el camino del discipulado misionero”.
En lo que se ha considerado también por los analistas de la época como el “núcleo decisivo del Documento”, se presentó la misión como un "discipulado" al servicio de Cristo, quien llama a todos a comunicar su mensaje salvífico.
Esta respuesta, a la que no puede escaparse ningún bautizado, la viene transmitiendo también el papa Francisco cuando involucra a los jóvenes en la Nueva Evangelización, así como a la mujeres, a las madres, las abuelas..., ¡a todos!
Ya lo decía un analista de la época: “el discipulado y la misión son como las dos caras de una misma medalla”.
Sin embargo, lo que se mueve con cierta rigidez en algunos --es decir la conversión pastoral y la renovación misionera de las iglesias particulares--, Francisco lo proclama con la alegría del profeta de Asís y la decisión de los grandes reformadores.
Otro campo priorizado por los obispos latinoamericanos fue “el anuncio de la Buena Noticia de la dignidad infinita de todo ser humano, creado a imagen de Dios y recreado como hijo de Dios”.
Esto ha comprometido a todos a promover con decisión una cultura del amor en el matrimonio y en la familia, y una cultura del respeto a la vida en la sociedad, lo que incluye el fomento del cuidado del medio ambiente como casa común.
"Somos custodios de lo creado", diría el santo padre al inaugurar su pontificado...
Los nuevos areópagos
Al final, el papa Bergoglio cuidaría de que en el Documento final no faltase una línea de continuidad que actualizara las opciones de Medellín, Puebla y de Santo Domingo. Esto es, la opción preferencial por los pobres y los jóvenes, la evangelización de la cultura y la evangelización inculturada, respectivamente.
También se comprobaron nuevos desafíos a la pastoral de la educación y de la comunicación social, que son hoy los nuevos areópagos y los centros de decisión mundiales.
Francisco no evadió la mirada (lo vivía directamente) a la pastoral de las grandes ciudades, donde el hombre moderno ha cerrado no solo su corazón a Dios, sino también las puertas de sus casas y edificios a su Palabra.
Como el mismo cardenal lo había dicho en su intervención inicial: el desafío sería ahora ir y fomentar una mayor y mejor presencia de “cristianos en la vida pública”. Esto significa para algunos, un compromiso político de los laicos por una ciudadanía plena en la sociedad democrática.
También llevó de regreso en su corazón, lo que había escuchado y decidido a favor de una efectiva solidaridad con los pueblos indígenas y afrodescendientes.
Fruto de todo esto, se ve que en el papa –-y esto emociona--, hay alguien que quiere comunicar el amor del Padre y la alegría de ser cristianos. A la vez que invita a todos –imposible eludirlo--, a proclamar con audacia a Jesucristo “para que los pueblos tengan vida en Él”.
Al final de este recorrido, cuyo propósito periodístico ha sido analizar "por qué el papa es quién es", trasladamos con esperanza al nuevo pontífice las palabras de los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado” (Lc. 24,29).
Para leer los anteriores artículos de la serie:
Parte I - Parte II - Parte III - Parte IV
Los días que transcurrieron del 13 al 31 de mayo fueron de gran emoción y expectativa, porque el nuevo pontífice cruzaba al otro lado del mundo y todos querían conocer su pensamiento y sentir su cercanía con la Iglesia de América Latina.
Junto a su sistemática presentación de la fe, destacó también el contenido social de sus discursos, en los que cuestionó las estructuras de injusticia y de pobreza generalizadas en la región, marcada por las inequidades y desigualdades. También hizo referencia a la amenaza que traía el regreso de formas de gobierno autoritarias o sujetas a ciertas ideologías “que no corresponden con la visión cristiana del hombre y de la sociedad”.
A esta magna reunión, fueron convocados 266 participantes, de los cuales 162 miembros, entre cardenales y obispos; 81 invitados, ocho observadores y 15 peritos.
El cardenal redactor
Uno de los asistentes era el ya arzobispo de Buenos Aires, cardenal Jorge Bergoglio. Después de casi diez años al frente de una gran archidiócesis metropolitana, traía experiencias que confrontar y una gran apertura a las nuevas líneas pastorales que saldrían a la luz en el futuro Documento de Aparecida.
Ahora que ha tomado posesión de la sede de Pedro, se conoció que había presidido la Comisión redactora del texto final. Fue algo que alegró aún más, porque significaba que lo conocía bien y que ya lo venía implementando en los últimos años.
Su intervención principal fue una de las primeras, en la cual advirtió que los pobres “ya no son solo explotados sino sobrantes”, esto a partir de un diagnóstico de la realidad sociopolítica y religiosa de muchos países latinoamericanos.
Según informaron los medios de la época, al hoy papa Francisco le preocupaba que este fenómeno no respondiera solamente a realidades como la explotación y la opresión, sino a algo nuevo: “Con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia o sin poder, sino que se está fuera”.
Otros temas con los que quiso llamar la atención fueron los referidos a la formación urgente de los laicos y a la evangelización de los grupos profesionales e intelectuales. Además, consideró que “la evangelización de los nuevos grupos emergentes de la modernidad y en situación urbana, presentan un contexto novedoso porque la gran parte de ellos no han cambiado ni abandonado a la Iglesia, sino nacieron fuera de ella”.
El entonces presidente del episcopado argentino, lamentó también que “muchos cristianos vivan aún una separación entre fe y vida, que se manifiesta particularmente en la falta de un claro testimonio de los valores evangélicos en su vida personal, familiar y social”.
Esto explica bastante el programa que viene desarrollando el santo padre en cada de sus intervenciones y con sus actitudes, en las cuales trata de llamar a una verdadera coherencia de vida en todos los niveles de la sociedad, de los gobiernos y en la misma Iglesia...
Renovación pastoral
Ante el panorama descrito por el cardenal Bergoglio, junto a muchos otros que resonaron con dolor y preocupación en los días de trabajo, se veía claro que los obispos reunidos a los pies de Nuestra Señora de Aparecida querían impulsar con decisión el espíritu de “un nuevo Pentecostés” para la Iglesia del continente. El fin era uno solo: “renovar la acción de la Iglesia”.
Surgió entonces la convicción de que todos sus miembros –-desde cardenales hasta los laicos más jóvenes--, estaban llamados a ser “discípulos y misioneros de Jesucristo, Camino, Verdad y Vida, para que nuestros pueblos tengan vida en Él”.
Esta frase que sirvió de preparación al evento, fue reflexionada y profundizada sin duda por el arzobispo de Buenos Aires junto a su comunidad local, lo que le permitió llegar dispuesto a trazar en comunión, líneas claras para proseguir la nueva evangelización a nivel regional.
Con un honesto y humilde reconocimiento de las “luces y sombras” que hay en la vida cristiana y en la tarea eclesial, los obispos estuvieron dispuestos en todo momento a ingresar a una nueva etapa pastoral, con “un fuerte ardor apostólico y un mayor compromiso misionero”, que pudiera renovar las comunidades eclesiales y las estructuras pastorales .
Fue para ellos inspirador lo que había dicho el santo padre en su Discurso inaugural, de que la Iglesia está llamada a asumir “la gran tarea de custodiar y alimentar la fe del Pueblo de Dios”.
¡Qué claro está todo esto en las enseñanzas de Francisco!
Hoy no deja de repetirlo, y se ve que está dispuesto a dar todo de sí para que “la fe, la esperanza y el amor renueven la existencia de las personas y transformen las culturas de los pueblos”.
Heridas del continente
Los participantes, entre ellos obispos como Jorge Bergoglio, decidieron retomar aquel método de reflexión teológico-pastoral “ver, juzgar y actuar”, que permite ver mejor la realidad con ojos iluminados por la fe, y llenar los corazones con celo para ir a la acción.
Lo que se quería esta vez era discernir las líneas comunes para una acción misionera, que pusiera de pie a todo el Pueblo de Dios en un estado permanente de misión.
Un texto del evangelio que narra las palabras de Jesús Buen Pastor se convertiría en el motor de todos los acuerdos: “Yo he venido para que las ovejas tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10,10).
Hoy le toca a Francisco llevar a la Iglesia en este rumbo ya conocido por él, pero esta vez como Pastor universal.
Pero así como el entonces cardenal argentino trajo su análisis, otras intervenciones iluminaron los trabajos desde todos los confines del continente. Esto permitió pensar en una misión realista, con los “pies en la tierra”, que tuviera como punto de partida los procesos complejos y en curso que viven los hombres y mujeres de América Latina en los niveles sociocultural, económico, sociopolítico, étnico y ecológico, por nombrar solo algunos.
Surgieron por lo tanto llamados de alerta sobre los grandes desafíos que interpelan a la evangelización, tales como la globalización, la injusticia estructural, la crisis en la trasmisión de la fe, el testimonio de los pastores, entre otros.
Era un balance de signos positivos y negativos que ya movía de su asiento al arzobispo Bergoglio, deseoso de ir entre la gente y decirles a todos --como lo hace hoy: “¡salir, salir!”.
Misión Continental permanente
Poco a poco, los participantes iban identificando “la belleza de la fe en Jesucristo como fuente de Vida para los hombres y mujeres que se unen a Él y recorren el camino del discipulado misionero”.
En lo que se ha considerado también por los analistas de la época como el “núcleo decisivo del Documento”, se presentó la misión como un "discipulado" al servicio de Cristo, quien llama a todos a comunicar su mensaje salvífico.
Esta respuesta, a la que no puede escaparse ningún bautizado, la viene transmitiendo también el papa Francisco cuando involucra a los jóvenes en la Nueva Evangelización, así como a la mujeres, a las madres, las abuelas..., ¡a todos!
Ya lo decía un analista de la época: “el discipulado y la misión son como las dos caras de una misma medalla”.
Sin embargo, lo que se mueve con cierta rigidez en algunos --es decir la conversión pastoral y la renovación misionera de las iglesias particulares--, Francisco lo proclama con la alegría del profeta de Asís y la decisión de los grandes reformadores.
Otro campo priorizado por los obispos latinoamericanos fue “el anuncio de la Buena Noticia de la dignidad infinita de todo ser humano, creado a imagen de Dios y recreado como hijo de Dios”.
Esto ha comprometido a todos a promover con decisión una cultura del amor en el matrimonio y en la familia, y una cultura del respeto a la vida en la sociedad, lo que incluye el fomento del cuidado del medio ambiente como casa común.
"Somos custodios de lo creado", diría el santo padre al inaugurar su pontificado...
Los nuevos areópagos
Al final, el papa Bergoglio cuidaría de que en el Documento final no faltase una línea de continuidad que actualizara las opciones de Medellín, Puebla y de Santo Domingo. Esto es, la opción preferencial por los pobres y los jóvenes, la evangelización de la cultura y la evangelización inculturada, respectivamente.
También se comprobaron nuevos desafíos a la pastoral de la educación y de la comunicación social, que son hoy los nuevos areópagos y los centros de decisión mundiales.
Francisco no evadió la mirada (lo vivía directamente) a la pastoral de las grandes ciudades, donde el hombre moderno ha cerrado no solo su corazón a Dios, sino también las puertas de sus casas y edificios a su Palabra.
Como el mismo cardenal lo había dicho en su intervención inicial: el desafío sería ahora ir y fomentar una mayor y mejor presencia de “cristianos en la vida pública”. Esto significa para algunos, un compromiso político de los laicos por una ciudadanía plena en la sociedad democrática.
También llevó de regreso en su corazón, lo que había escuchado y decidido a favor de una efectiva solidaridad con los pueblos indígenas y afrodescendientes.
Fruto de todo esto, se ve que en el papa –-y esto emociona--, hay alguien que quiere comunicar el amor del Padre y la alegría de ser cristianos. A la vez que invita a todos –imposible eludirlo--, a proclamar con audacia a Jesucristo “para que los pueblos tengan vida en Él”.
Al final de este recorrido, cuyo propósito periodístico ha sido analizar "por qué el papa es quién es", trasladamos con esperanza al nuevo pontífice las palabras de los discípulos de Emaús: “Quédate con nosotros, porque atardece y el día ya ha declinado” (Lc. 24,29).
Para leer los anteriores artículos de la serie:
Parte I - Parte II - Parte III
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