MEMORIA EMOTIVA: La caída de las utopías
La nostalgia de los años sesenta y los hippies se instala en la Sala Rajatabla.
JUAN A. GONZÁLEZ | EL UNIVERSAL
jueves 11 de abril de 2013 03:39 PM
La caída
de las utopías
"Gilberto... Gilberto... (Con mucha ternura lo abraza) Te... te estoy proponiendo cambiar el mundo otra vez, pero por sólo una semana. Una semana por el rescate de aquella edad donde soñábamos con un mundo mejor. Un mundo de paz y amor. Una semana para... para saber... por... por... por qué nos convertimos en esto. Una semana para saber ¿qué nos pasó? Para entender por qué terminamos siendo todo aquello que combatimos. ¿Qué pasó con todo aquello? ¿Por qué? ¿Por qué fue tan rápido todo? Fuimos... fuimos. Gilberto... ¿lo entiendes? Nada más, fuimos. (Le acaricia el cabello) Gilberto, Gilberto. Por favor, amorzote, no vuelvas a quedarte fuera de la historia".
El parlamento corresponde a la obra Con una pequeña ayuda de mis amigos, escrita por el dramaturgo Néstor Caballero en 1983 y que ahora reestrena el Grupo Rajatabla, con la dirección de José Domínguez-Bueno, quien a pesar del espíritu nostálgico que atraviesa el texto original -comenzado por su título, el mismo de la canción escrita por John Lennon y Paul McCartney y popularizada por la voz desgarrada de Joe Cocker-, intenta traerla al presente a través de una puesta en escena cuyo vigor expresivo deja poco espacio a la verdad con la que se tienen que enfrentar sus protagonistas: el fin de los ideales de paz, amor y libertad defendidos por el movimiento hippie.
Poco espacio, pues aunque las reflexiones están allí, en la pieza de Caballero, el montaje que protagonizan Gerardo Luongo, Dora Farías, Jean Franco De Marchi, Ángel Pájaro, Eliana Terán, Vicente Bermúdez, Weidry Meléndez, José Luis Bolívar, Mixy Oñate y Jhonny Torres, acompañados por los estudiantes del Taller Nacional de Teatro, se afinca, en términos generales, en la estridencia interpretativa: coros que, por momentos, hacen inaudibles las líneas de los personajes centrales; números musicales que facilitan en escena las transiciones de un presente de frustración a un pasado feliz e idealista, y hasta precarias coreografías que se acercan más al cliché que a la psicodelia con la que se expresaban, en lo corpóreo, millones de jóvenes entre finales de los sesenta y principios de los setenta.
El grito aquí parece oponerse a los planes de revivir en un hoy impreciso los días de sexo, rock 'n' roll y luchas políticas. Como siempre, Gerardo Luongo ofrece una interpretación impecable, ajustada a la incomodidad de su personaje: Gilberto un exguerrillero devenido en policía. Ello lo aleja del resto de un elenco que hace lo suyo sin muchos matices de interioridad.
Es obvio que la pieza Con una pequeña ayuda de mis amigos no se aferra fervorosamente al pasado. Intenta infructuosamente, eso sí, no idealizarlo, pero en su sustrato -lo más importante- habla de lo que pudo ser y no fue. De esos adultos que, como la Zulay que le habla al principio a Gilberto, desean que regresen los días de la liberación hippie.
Un anhelo imposible toda vez que el tiempo opera como una aplanadora que arrasa con todo, incluso con esas revoluciones que pretenden imponer a la mayoría modelos de vida caducos. jgonzalez@eluniversal.com
de las utopías
"Gilberto... Gilberto... (Con mucha ternura lo abraza) Te... te estoy proponiendo cambiar el mundo otra vez, pero por sólo una semana. Una semana por el rescate de aquella edad donde soñábamos con un mundo mejor. Un mundo de paz y amor. Una semana para... para saber... por... por... por qué nos convertimos en esto. Una semana para saber ¿qué nos pasó? Para entender por qué terminamos siendo todo aquello que combatimos. ¿Qué pasó con todo aquello? ¿Por qué? ¿Por qué fue tan rápido todo? Fuimos... fuimos. Gilberto... ¿lo entiendes? Nada más, fuimos. (Le acaricia el cabello) Gilberto, Gilberto. Por favor, amorzote, no vuelvas a quedarte fuera de la historia".
El parlamento corresponde a la obra Con una pequeña ayuda de mis amigos, escrita por el dramaturgo Néstor Caballero en 1983 y que ahora reestrena el Grupo Rajatabla, con la dirección de José Domínguez-Bueno, quien a pesar del espíritu nostálgico que atraviesa el texto original -comenzado por su título, el mismo de la canción escrita por John Lennon y Paul McCartney y popularizada por la voz desgarrada de Joe Cocker-, intenta traerla al presente a través de una puesta en escena cuyo vigor expresivo deja poco espacio a la verdad con la que se tienen que enfrentar sus protagonistas: el fin de los ideales de paz, amor y libertad defendidos por el movimiento hippie.
Poco espacio, pues aunque las reflexiones están allí, en la pieza de Caballero, el montaje que protagonizan Gerardo Luongo, Dora Farías, Jean Franco De Marchi, Ángel Pájaro, Eliana Terán, Vicente Bermúdez, Weidry Meléndez, José Luis Bolívar, Mixy Oñate y Jhonny Torres, acompañados por los estudiantes del Taller Nacional de Teatro, se afinca, en términos generales, en la estridencia interpretativa: coros que, por momentos, hacen inaudibles las líneas de los personajes centrales; números musicales que facilitan en escena las transiciones de un presente de frustración a un pasado feliz e idealista, y hasta precarias coreografías que se acercan más al cliché que a la psicodelia con la que se expresaban, en lo corpóreo, millones de jóvenes entre finales de los sesenta y principios de los setenta.
El grito aquí parece oponerse a los planes de revivir en un hoy impreciso los días de sexo, rock 'n' roll y luchas políticas. Como siempre, Gerardo Luongo ofrece una interpretación impecable, ajustada a la incomodidad de su personaje: Gilberto un exguerrillero devenido en policía. Ello lo aleja del resto de un elenco que hace lo suyo sin muchos matices de interioridad.
Es obvio que la pieza Con una pequeña ayuda de mis amigos no se aferra fervorosamente al pasado. Intenta infructuosamente, eso sí, no idealizarlo, pero en su sustrato -lo más importante- habla de lo que pudo ser y no fue. De esos adultos que, como la Zulay que le habla al principio a Gilberto, desean que regresen los días de la liberación hippie.
Un anhelo imposible toda vez que el tiempo opera como una aplanadora que arrasa con todo, incluso con esas revoluciones que pretenden imponer a la mayoría modelos de vida caducos. jgonzalez@eluniversal.com
No hay comentarios:
Publicar un comentario