No hay que cavar muy hondo para medir la dimensión del empobrecimiento espiritual y cultural de este país. Con el paso de los años Venezuela se ha ido volviendo un espacio arisco y violento, sectario y unidimensional, no apto para extranjeros inocentes. A la fecha, lo podemos afirmar sin la menor duda: ningún ciudadano del mundo podría caminar por los meandros de esta sociedad sin estar resguardado por un venezolano capaz de prevenirlo de los peligros que corre.
El control de cambio y el espíritu sectario de esta administración han ido marchitando casi todas las expresiones culturales autónomas. Los museos, con sus excepciones aisladas, abandonados. Sin exposiciones individuales, sin curadurías.
Parecen esperar, en estado cataléptico, tiempos mejores. Las editoriales estatales, como sus librerías, aburridas y monocordes, pidiendo prelación ideológica para publicar, hablándole a los amigos del gobierno. Conversando con un país que se inventaron para ellos solos.
Las publicaciones privadas sobreviven como pueden, entre la sequía de divisas y la incertidumbre imperante sobre el mediano plazo. Los temas más acuciantes del mundo moderno, los escritores emergentes, los debates que apasionan a los núcleos intelectuales del mundo, las últimas tendencias en narrativa y poesía, dejan apenas una estela de nostalgia con un pírrico remanente.
Las estupideces de la burocracia económica imperante nos tienen sentenciados. Al país no están llegando desde hace mucho libros importados. Estamos completamente aislados; condenados a un autocomplaciente y, en consecuencia, estupidizante, autarquismo intelectual. Poca gente está visitando hoy Venezuela.
Mientras Colombia deja atrás su tormento de violencia y anarquía para convertirse, de nuevo, en una sociedad con una poderosa realidad cultural, dinámica y abierta al mundo, parece tejer con su vecino una relación en la cual los papeles han quedado invertidos.
Hasta por lo menos finales de los años 80, e incluso entrada la última década del siglo XX, Venezuela era, en materia de gestión cultural y novedades, una realidad cardinal en esta parte del mundo. Bogotá, entretanto, era una especie de pariente pobre, que solía acoger sólo una parte de lo que acá dejaba de ser consumido en los momentos más delirantes de la locura petrolera.
Había organizado Venezuela un Festival Internacional de Teatro deslumbrante, todo un faro en la dinámica teatral del mundo. Rajatabla y otras agrupaciones llegaron a ser ovacionados en los confines más exóticos de la tierra. Tenía el país dos fondos editoriales respetables y el mejor sistema de museos de la subregión. Un tropel de artistas nos visitaban con regularidad, en calles que aún eran relativamente seguras, para toparse con una ciudadanía abierta, cosmopolita, dispuesta a divertirse.
La realidad del momento es precisamente la opuesta. Tiene Colombia ahora robustos museos; una oferta cultural asombrosa; una cantidad impresionante de publicaciones en la cual se lucen sus mejores escritores y un Festival de Teatro de calidad mundial, inspirado en la gloria añeja que había dejado el de Caracas.
Se imprimen toneladas de libros de todas las tendencias y se debate sin el menor prejuicio. El Cirque du Soleil, Bjork, Fernando Savater, Gilles Lipovetsky, el director de la National Gallery de Londres, Massive Attack, Coldplay. En un par de meses, Paul McCartney. Todos han desfilado por Bogotá, en esta, la era de su renacimiento. Acá apenas nos hemos enterado.
Esta circunstancia no corresponde solamente a Colombia. Mientras, de la mano de una dirigencia cultural torpe y sectaria, que alude al debate pero le tiene grima a confrontar otras opiniones, Venezuela se aísla de los focos de creación artística del mundo, Lima, Santiago de Chile, Buenos Aires o Montevideo viven sus mejores momentos como entornos humanos e intelectuales.
No estoy afirmando que acá no ocurra nada de relevancia. Para todos el mundo sigue girando: ahí está el Sistema de Orquestas, el recién concluido capítulo de la Filven de este año; la multiplicación de exposiciones feriales municipales y obras de teatro. El trabajo tesonero de un amplio estamento de creadores e individuos que mantiene viva, con dignidad, la llamarada del pensamiento local.
Lo que parece claro es que acá nadie es bienvenido si no viene a retratarse con el Presidente de la República para volver a discurrir sobre las mismas vaciedades y estereotipos. Podemos constatarlo con facilidad cuando navegamos sobre los periódicos que simpatizan con el gobierno, sus encartes, sus portales de internet y sus articulistas.
Con excepciones menores, un universo en el cual reina una pobreza intelectual desoladora: viendo el futuro con la nuca; desarrollando debates que han sido superados por completo en el mundo entero; negados a usar el obturador cerebral ante nuevas circunstancias; usando las mismas construcciones conceptuales, e incluso las mismas palabras, para dinámicas emergentes y completamente inéditas.
No es esta una fatalidad eterna; no se trata de un castigo divino. En algún momento el país saldrá de este opaco trance obsesivo compulsivo: regresará el sentido común, serán removidos estos lamentables mandos dirigentes y nos reinsertaremos en la dinámica mundial contemporánea con entera pertinencia.
Por lo pronto, es imposible no tomar nota de este, un nuevo capítulo contemporáneo que retrata la entera decadencia de nuestro genticilio
SÁBADO, MARZO 24, 2012
Y UN PROFUNDO ASCO
Mucho mas interesante aún es el hecho descubierto posteriormente de que, independientemente de nuestro origen cultural, existen elemento que le revuelven el estomago a todos. Ante esto, es difícil entender el asco desde una perspectiva diferente a la signada por códigos que la selección natural ha decidido.
Quien, en la pasada década de los años ochenta, vendría a cambiar en gran medida esa percepción exclusivamente darwiniana del asco es el psicólogo Paul Rozin, uno de los autores que mas ha contribuido a entender a la gastronomía como un hecho cultural. Junto a April Fallon en su trabajo “Perspectiva sobre el asco” (1987) escribiría: “Pareciera existir muy poca investigación en los textos de psicología sobre la percepción y reacciones ante la comida. Siendo la comida elemento esencial en nuestras vidas, es interesante la poca atención que se le presta”. Desde entonces, el estudio del asco ha pasado a ser uno de los tópicos mas interesantes a estudiar a la hora de entender como se inserta el ser humano en una sociedad.
Obviamente, el asco posee un importante componente genético basado en mecanismos de protección asociados a contaminaciones que podrían poner en peligro nuestra vida, pero como bien dice el mismo Rozin, el asco evoluciona culturalmente desde un sistema para protegernos el cuerpo de daños, a uno que protege nuestra alma de daños. En pocas palabras, el asco nos entrena para entender lo que culturalmente es inapropiado y para ello citamos al psicólogo Dan Jones, quien escribe “Cuando físicamente apartamos de nosotros una comida o un objeto que nos produce asco, también nos estamos distanciando emocional y socialmente de aquellos a quienes vemos como asquerosos”. De allí que actualmente los psicólogos comienzan a hacer una importante distinción entre asco, repugnancia y desagrado.
El asco que nos entrena culturalmente para ser sociedad, más allá de la defensa a contaminaciones perjudiciales, es muy complejo. En algunos casos puede limitarse a la hora de consumo de algunas comidas (a los occidentales nos da asco que un asiático desayune con sopa de vísceras), en otros limitarse a aromas (muchos europeos sienten asco por el olor del cilantro y muchos asiáticos no aguantan el olor a leche agria de los venezolanos producto de nuestro consumo de quesos no pasteurizados), en otros casos el asco puede estar estampado en costumbres (poca gente, salvo argentinos, paraguayos y uruguayos, entienden el acto de pasar la boquilla del mate de boca en boca), el asco puede ser inclusive un mecanismo usado para justificar ideas de exclusión (los blancos me dan asco porque se les ven las venas) y el asco tal como señala William Ian Miller en su excepcional texto “La Vida Moral del Asco” (http://www.vivilibros.com/excesos/06-a-01.htm), está presente en un número considerable de los vicios que lo provocan (crueldad, hipocresía, traición) y que “tienden a estar institucionalizados política y socialmente. Pensemos en los verdugos, los abogados y los políticos, por poner un ejemplo”.
Quizás por el hecho de asociarse la repugnancia a actos físicos como son la nausea tendemos a entender al asco como algo malo, pero su valor a la hora de definir nuestros esquemas de valores es fundamental, al punto que comienza a pensarse que dejar de poseerlo es una forma de transculturización. Difícilmente a un latino le guste, sin entrenamiento, el pescado crudo de un sushi o los gusanos en un queso francés y son justamente los procesos de entrenamiento globalizador los que logran disminución del asco hacia esos platos; lo que en algunas caso podrían llevar a pérdida de valores de identidad.
La próxima vez que sienta asco no se asuste. Tal vez solo esté siendo coparticipe de una “fuerte y vital sensación”, tal como la llamó el filósofo Kant.
Nota: Si el tema le interesa en profundidad, recomendamos el libro “Asco: Teoría e historia de una fuerte sensación”, escrito por Winfried Menninghaus y la página http://www.yourmorals.org/espanol, en donde podrá llenar un cuestionario que le enfrentará a sus propios grados de repugnancia.
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