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La República se encuentra en un craso estado de acefalía. El jefe del
Estado ha estado ausente del territorio en el que hubiera debido, por
imperativos constitucionales, ejercer sus funciones. Peor aún: se ha sometido
de buen grado y sin verse constreñido por la violencia al Poder de un
gobierno extranjero que controla sus expectativas de vida o muerte y
que podría, si así lo quisiera, terminar con su vida cuando a bien tuviera.
Una situación ideal para un país que quiera ejercer su dominio sobre otro
infinitamente más rico y poderoso. Que lo viene intentando desde los años
sesenta y que ha constituido, desde la derrota que le infringiera el ejército
patriota que entonces defendía nuestra soberanía, la ambición de su vida.
Visto en términos existenciales, el Presidente de Venezuela es, por lo
menos desde julio de 2011, un inválido en poder de manos extranjeras.
Tradicionalmente enemigas de nuestro sistema de vida y claramente antagónicas
a los principios normativos asentados en nuestra Constitución Nacional por
voluntad soberana. Visto en términos políticos, así volviera a territorio nacional,
está material, físicamente incapacitado de enfrentar y resolver los problemas
para los cuales fue electo. Legalmente, ha perdido la legitimidad de origen y
desempeño que lo determina. Por todo ello, Venezuela se encuentra de facto en
un estado de acefalía. Como ni siquiera lo viviera en 1909, cuando el presidente
Cipriano Castro se ausentara del País para someterse a un tratamiento que lo
mantendría ausente por un tiempo largo e indeterminado. Terminó siendo para siempre.
No exageramos: Hugo Chávez viola la Constitución en su centro cordial y ha
renunciado de facto a ejercer el mando de la Nación. El que mantiene hipotéticamente
bajo su control, a distancia y mediante artilugios tele mediáticos, pero ello solo
por la permisividad e irresponsable tolerancia de quienes tendrían el imperativo
constitucional de impedírselo – la oposición – y por el poder de facto que se encuentra
en otras manos: en primer lugar las cubanas que disponen de su vida a su libre
arbitrio, y en segundo lugar en quienes ellos han delegado la apariencia de poder
en nuestro territorio: las altas autoridades de gobierno. Ante una eventual situación
de excepcionalidad, tales como la invasión de nuestro territorio por tropas extranjeras
regulares o irregulares, desastre natural como el deslave de Vargas, crisis social y
política que derivase en una insurrección popular como la vivida el 27 de febrero de
1989, levantamiento militar o golpe de Estado como el que él mismo protagonizara el
4 de febrero de 1992, o cualquier otra imaginable circunstancia excepcional,
el país se encontraría sin gobierno, sin comandante en jefe, sin poder ejecutivo,
sin un responsable máximo capaz de hacer frente a esos eventuales, graves
acontecimientos y carente, en consecuencia, de todo control.
Venezuela, adolece, de facto, de acefalía. No tiene hoy un presidente ejecutivo
en ejercicio. Peor aún: ni siquiera, como lo exige expresamente la Constitución,
de un sustituto. Está en el limbo.
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Si no fuera inherente al concepto de Nación una base territorial, sano y bueno.
El Presidente podría despachar desde Urano o, si lo prefiere, desde Varadero
o La Costa Azul. Venezuela sería una instancia vaporosa y evanescente o
una realidad corporativa al estilo de una multinacional. Pero la primera determinación
nacional es el territorio. Y su población. A ambos se debe la autoridad máxima.
Y aquí viene la aberración política que tal acefalía plantea: contrariamente a lo que
creen las autoridades coloniales a cargo de la satrapía – Rangel Silva, Bernal, Jaua,
Cabello, El Aissami, Rangel Cárdenas, Soto Rojas – la fuerza económica, social
y política que sustenta y garantiza la estabilidad de la Nación no está en ellos:
está en las fuerzas vivas que podrían hacerla saltar por los aires cuando le
viniera en ganas – el empresariado, las academias, las iglesias, las universidades,
los medios, la sociedad civil y sobre todo el liderazgo opositor legitimado en las
recientes Primarias y sus partidos y organizaciones sociales. Salvo que en caso de
dispararse las contradicciones que bullen en el seno de una sociedad
descompuesta, inmoralizada, corrupta o desesperada por el estado de inopia en que se
encuentra el país, algún avispado del Estado Mayor o algún aventurero comacate como
los del 4F decidiera cortar por lo sano y cumplir con el predicamento schmittiano:
Soberano es quien resuelve el Estado de Excepción. Sólo requiere de la osadía y la decisión
necesarias para lograrlo.
De allí el craso error de un comunicador semanario que afirmaba sin rubor alguno que
el único ser humano capaz de garantizarle la seguridad y la estabilidad al país era un
quebrantado, canceroso, debilitado y aparentemente condenado a muerte –
a corto o mediano plazo - teniente coronel obligado por propia voluntad a permanecer
inerme en manos de un gobierno extranjero por tiempo indeterminado. Un gobierno que ha
tenido a buen recaudo hacerse trasladar cantidades no determinadas de lingotes de
oro que deberían encontrarse en las bóvedas del Banco Central de Venezuela, pues
constituyen parte física de nuestras reservas internacionales.
¿Quién dispone de mayor poder sobre nuestra soberanía?
¿Los cancerberos cubanos que controlan la gravemente quebrantada salud presidencial
en La Habana o el Presidente venezolano que yace en uno de los cuartos del
hospital habanero?
¿Los eventuales albaceas ya en poder y disposición de parte importante de nuestras
reservas internacionales o los ciudadanos del país dejado a su suerte, que ni siquiera saben
verdaderamente de qué sufre y padece su Presidente y cuál será su futuro de vida?
Permítanme afirmar que su máxima autoridad y, por ende, el Poder que representa
se encuentran en manos foráneas. Los señores Fidel y Raúl Castro Ruz. Todo lo
demás es silencio.
3
Para ser franco: el problema propiamente jurídico y constitucional que esta grave
anomalía representa no me parece de primerísima importancia. Lo considero un problema
de índole académica. Que se convierte en problema crucial, perentorio, urgente,
sin embargo, cuando se lo observa desde la perspectiva política. Cuando se considera
que en los hechos el gobierno hoy acéfalo ha decidido no representar sino a una
parte de la población, ya ni siquiera la mayoritaria. Mientras puede disponer a su antojo
de la indiferencia, la apatía o el aparente desinterés de aquellas fuerzas vivas que
tendrían el derecho y el deber de desenmascarar la aberración jurídico-política que
significa permitir ser aparentemente gobernadas telefónicamente por un Presidente
aquejado de un mal aparentemente terminal en manos de un gobierno forajido,
enemigo de los derechos fundamentales y claramente violador de todas las normas
de un verdadero Estado de Derecho. El mismo condenado a sobrevivir a expensas
del país que controla a distancia.
Me pregunto: ¿debe la oposición venezolana mirar de soslayo ante una violación
tan flagrante, de tanta gravedad y de tan graves consecuencias como ver su
gobierno aherrojado en manos de un gobierno extranjero? ¿Debe tolerar que incluso
un gobernante extranjero, el Presidente de Colombia, considere pertinente trasladarse
a La Habana, capital de la República Socialista de Cuba, para tratar asuntos
colombo-venezolanos y firmar allí convenios de estricta competencia bilateral,
sin consideración que el Presidente de la República de Venezuela no está
constitucionalmente facultado para realizar actos de gobierno de esa naturaleza
encontrándose fuera del territorio en que se halla la sede de su Gobierno?
Resulta francamente insólito, en esta coyuntura de extrema fragilidad política
y jurídica y de evanescente y volátil estabilidad como la que vivimos, que a un
rufián al servicio del régimen se le permita crear una situación de tan graves
consecuencias como dispararle a la cabecera de una marcha dirigida por el
candidato presidencial de la oposición.
¿Qué hubiera sucedido si Henrique Capriles hubiera sido asesinado por el esbirro
que le disparó a mansalva? ¿Quién y cómo hubiera salido a controlar el gravísimo estado
de excepción policial generado por ese magnicidio? ¿Quién o quienes están a cargo del gobierno
real de la República?
¿O el atentado fue pensado, organizado y llevado a cabo aprovechando la ausencia
de quien, a todas luces, hubiera sido el único beneficiado con las fatales
consecuencias? ¿O se planea desde la sala situacional de Miraflores crear las
condiciones de un bogotazo y lanzarnos por el despeñadero de una guerra civil,
como la que hoy sufre Siria, y cuyo ejemplo promete seguir al pie de la letra el delfín
del prisionero de La Habana, Diosdado Cabello?
Piensa mal y acertarás dice un anciano proverbio gallego. Llegó la hora de
actuar pensando mal. El adversario nos considera su enemigo. Y en su doctrina,
al enemigo se lo mata. No se lo hagamos fácil. Impidámoselo. De ello depende
la suerte de la República.
E-mail: sanchezgarciacaracas@gmail.com
Twitter: @sangarccs
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