"La novela siempre es antipoder"
"Una novela es una expresión política, pero no desde la ideología, sino desde la ontología"
A Edilio Peña (Puerto La Cruz, 1951) le obsesiona el poder. El escritor venezolano regresó a las librerías tras la publicación de Macaco, una novela sobre un ex guerrillero que queda mudo ante la muerte de su nieto en medio de una manifestación política. Así, el dramaturgo le dio fin a su trilogía sobre el totalitarismo, que inició con La cruz más lejana del puerto.
-Su novela es una representación de la revolución. ¿Venezuela es una suerte de ciudad amurallada?
-Macaco es una metáfora sobre lo que implica la instalación del totalitarismo en un país o una ciudad. Aquí, la ciudad metaforiza a un país. Puede ser cualquier país donde se ha aposentado el totalitarismo. Una novela siempre es una representación social, histórica, que va en contra del poder. Siempre es antipoder. Yo me inspiré en los referentes más cercanos que me han rozado como individuo en la última década que ha padecido Venezuela.
-¿Qué puede hacer la literatura ante el totalitarismo o el abuso de poder?
-El papel fundamental es deconstruir lo que parece una visión de perpetuidad. El totalitarismo tiene una modalidad que es muy curiosa: quiere detener el tiempo. Y de ahí sus ansias de eternidad. La literatura nos dice que el tiempo moviliza, cambia, transmuta las cosas. Lo que puede hacer la literatura es valerse de los poderes de la ficción para deconstruir todo aquello que ansía perpetuarse en la sociedad.
-¿Entonces, antes eso, hay que evitar la mudez?
-Hay que evitarla, pero sin caer en la incontinencia verbal. En América Latina, los epígonos que conducen el Estado son seres que padecen incontinencia verbal. De un hablar trepidante. Yo, en la novela, le opongo la mudez. Porque te lleva a la reflexión, a la introspección ante esa incontinencia que no es más que pura apariencia.
-Los lugares en conflicto, históricamente, han servido de inspiración literaria. ¿La Venezuela de hoy lo inspira a escribir ficción?
-Muchísimo. Yo tengo dos novelas anteriores sobre eso. Comencé con La cruz más lejana del puerto y seguí con El acecho de Dios. Ahora Macaco cierra esa tríada. A mí me motivó mucho la indagación sobre la soberbia del poder, las pretensiones de crear un pensamiento único en la sociedad, uniformar las costumbres y el sentir. Esos reduccionismos a los cuales te lleva la dictadura, que no solamente es de los comportamientos primarios del victimario sino también de la víctima. Por eso, en Macaco, todos los personajes transitan por un submundo muy instintivo.
-Usted retiró El acecho de Dios del Rómulo Gallegos por la ideología del jurado. ¿Postularía hoy Macaco?
-No la voy a postular. Todos los espacios de confrontación promovidos por el gobierno tienen un sesgo ideológico. Al Premio Rómulo Gallegos le interesa novelas históricas, Bolívar, la relación española o afrodescendiente. La novela para ellos está focalizada en el siglo XIX con temas ajenos a la contemporaneidad. Y mis novelas abordan lo contemporáneo. No quiero decir con ello que me he dedicado a escribir novelas políticas en términos ideológicos. Una novela es una expresión política, pero no desde la ideología, sino desde la ontología como expresión política. Es una expresión ontológica.
-Cito una frase de su novela: "Haré en la ficción lo que en la realidad no podré". ¿La literatura sirve para ser aquello que no somos?
-Ciertamente. O para descubrir aquello no nos hemos percatado que somos. Una novela nos coloca en una situación límite. Y las situaciones límites confrontan el carácter de manera que devela lo inédito que hay en cada ser. Siempre hay un hecho que confronta al personaje para revelar misterios.
dfermin@eluniversal.com
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