Un respirito para el alma por favor diosito
Seminario de discusión. Los procesos de Independencia en Hispanoamérica: nuevas miradas sobre la Independencia de Venezuela ACADEMIA NACIONAL DE LA HISTORIA 14/03/201informacion@anhvenezuela.org+58 (212) 482.67.20 El 5 de julio de 2011 se conmemora el Bicentenario de la Declaración de la Independencia de Venezuela. Este hecho representa, sin duda, uno de los momentos decisivos de la Historia Republicana venezolana; se trata del momento en el cual el Congreso General de Venezuela sancionó la Independencia absoluta de la monarquía española y en el mismo acto se dio inicio al difícil y complejo proceso de construcción de la República. Doscientos años después de tan relevante fecha, resulta pertinente insistir en la necesidad de discutir el significado y alcances del proceso de independencia venezolano en el marco de las nuevas tendencias historiográficas que en los últimos años han atendido este crucial periodo de nuestra historia. La producción historiográfica de las dos últimas décadas se ha visto enriquecida por la presencia de un fructífero intercambio académico el cual ha permitido advertir las estrechas relaciones y vínculos existentes entre los distintos procesos de independencia y, al mismo tiempo ha dado cuenta de las especificidades que caracterizan cada una de las experiencias históricas que dieron lugar a la construcción de las nuevas naciones. Parte esencial de este debate ha sido la ampliación de los temas y problemas de estudio así como el análisis crítico de las miradas nacionales que caracterizaron la elaboración de las historias patrias. Programa Lugar: Salón de Sesiones de la Academia Nacional de la Historia ABRIL Jueves 28 Hora: 11:30 am Instalación: Dr. Elías Pino Iturrieta Conferencista: Dr. Armando Martínez Garnica Universidad Industrial de Santander Viernes 29 Hora: 9:00 am Participantes: Carole Leal Curiel, Universidad Simón Bolívar Robinzon Meza, Universidad de Los Andes MAYO Jueves 26 Hora: 11:30 am Conferencista: Dr. Manuel Chust Calero Universidad Jaume I Castellón Viernes 27 Hora: 9:00 Participantes Tomás Straka, Universidad Católica Andrés Bello Guillermo Aveledo, Universidad Central de Venezuela JUNIO Viernes 17 Hora: 9:00 am Participantes: Edgardo Mondolfi Gudat, Universidad Metropolitana Rogelio Altez Ortega, Universidad Central de Venezuela Jueves 23 Conferencista: Dr. Guillermo Bustos Universidad Andina Simón Bolívar, Quito JULIO. Clausura Jueves 7 Lugar: Paraninfo del Palacio de las Academias Hora: 11:30 am Sesión Solemne de la Academia Nacional de la Historia y las Academias Nacionales en conmemoración del Bicentenario del 5 de julio de 1811 Orador de Orden: Dr. Elías Pino Iturrieta Inscripciones Secretaría de la Academia Nacional de la Historia Fecha: del 4 al 15 de abril de 2011 Hora: 8:30 am a 1:30 pm Se entregará certificado de asistencia www.anhvenezuela.org *** |
Discurso de orden 19 de abril 2010
Academia Nacional de la Historia
Caracas, 15 de abril de 2010
Inés Quintero Montiel
El 5 de mayo de 1909, la Academia Nacional de la Historia aprobó por unanimidad un
acuerdo que daba respuesta a la siguiente pregunta: ¿cuál debe reputarse el día inicial de la
independencia de Venezuela?
El debate resultó sencillo. La comisión nombrada para tal fin presentó ese día un informe el
cual fue admitido en todas sus partes por la corporación. El documento estableció que la
revolución verificada en Caracas el 19 de abril de 1810 constituía el movimiento inicial,
definitivo y trascendental de la emancipación de Venezuela.
Cincuenta y un años más tarde, el doctor Cristóbal Mendoza, director de la Academia,
presidente del Comité Ejecutivo Nacional del Sesquicentenario de la Independencia y
orador de orden en la sesión solemne celebrada para conmemorar los 150 años del 19 de
abril de 1810, ratificó el contenido del acuerdo de 1909. Concluyó su discurso con la
siguiente afirmación: “El 19 de abril fue el día de la revelación de la conciencia nacional, el
de la cristalización definitiva del sentimiento de Patria, el del triunfo de la ideología
revolucionaria. Desde entonces quedó fijado en los cielos de América, como un sol, el
nombre de Venezuela, alumbrando con el fuego de su ejemplo, los nuevos caminos del
Continente”.
Esta valoración acerca del 19 de abril de 1810 como el día inicial de la independencia no se
estableció solamente en Venezuela para fijar el significado del movimiento que dio lugar al
establecimiento de la Junta Conservadora de los Derechos de Fernando VII, otraotras
1proclamas, actas y movimientos juntistas ocurridos antes y después de los sucesos de abril
en otras partes del territorio americano fueron interpretados de manera similar.
La constitución de las Juntas de Chuquisaca, La Paz y Quito, en 1809, y las de Santa Fe de
Bogotá, Buenos Aires y Chile, así como la proclama de Miguel Hidalgo en la Nueva
España, todas de 1810, fueron sancionadas como el inicio de la independencia en Bolivia,
Argentina, México y Chile y como el día propiamente de la independencia en Ecuador y
Colombia. Todas ellas, al igual que ocurrió en Caracas, declararon su lealtad a Fernando
VII y fueron punto de partida para la erección de un nuevo gobierno.
Los distintos procesos discursivos que dieron lugar a esta identificación entre los
movimientos declarativamente leales a Fernando VII y la determinación independentista
que los animó se produjo tempranamente. En sus inicios formó parte de los diversos
documentos de contenido histórico elaborados por los mismos protagonistas de los sucesos
con la finalidad de justificar la ruptura. Se condenaron los trescientos años de despotismo y
se postuló el advenimiento de una nueva era. La independencia se postuló entonces como la
epifanía de la historia americana.
Durante el siglo XIX y en las primeras décadas del XX hubo un esfuerzo sostenido por
construir un consenso historiográfico sobre la gesta que dio lugar al surgimiento de las
nuevas naciones. En cada uno de nuestros países se elaboró un discurso relativamenteuniforme sobre la hazaña independentista cuyo sentido y motivación esencial era servir de
soporte y fundamento en el proceso de construcción de la nacionalidad y de esa manera
contribuir a cohesionar las tendencias disgregadores, a unificar las distintas realidades e
intereses regionales y a disipar las tensiones sociales que se mantuvieron luego de la
disolución del orden antiguo.
2Concluida la guerra y ante el enorme esfuerzo que constituía edificar los nuevos estados
nacionales sobre los escombros dejados por el enfrentamiento bélico, las historias patrias se
convirtieron en puntal necesario para la construcción de un proyecto común, el cual exigía
el concurso de todos, sin importar la condición social, la procedencia étnica, la orientación
política o la región en donde se encontraban.
Los recursos mediante los cuales se construyó esta conciencia histórica nacional de
contenido y vocación expresamente nacionalista fueron numerosos. La historia escrita fue
uno de ellos, pero no el único. Las conmemoraciones patrias, las fiestas cívicas, la
enseñanza de la historia, el homenaje a los héroes, la creación literaria, la iconografía sobre
la gesta heroica, los monumentos, los museos históricos, entre muchos otros, contribuyeron
a nutrir los contenidos de la memoria, la construcción de un mito genésico de la nación, afin de consolidar los nexos mediante los cuales venezolanos, ecuatorianos, colombianos,
bolivianos, chilenos, mexicanos, argentinos, empezaron a reconocerse en un pasado común,
a compartir los mismos héroes, las mismas efemérides y una misma epifanía de la historia:
la independencia.
Es en este contexto que cobra especial relevancia el establecimiento de un hito iniciativo,
de una fecha que fije el comienzo de la gesta heroica y que dé lugar al consenso sobre su
significación y alcances como referentes inequívocos del surgimiento de la nación.
Distintos y reveladores estudios hechos por historiadores en Argentina, Colombia, Chile,
Ecuador, Bolivia, y México, dan cuenta del interesante, complejo y muchas veces polémico
proceso mediante el cual, finalmente, se integraron y articularon en una misma dirección
los discursos historiográficos provenientes de las historias patrias con los dispositivos
conmemorativos que contribuyeron a fijar el momento culminante y definitivo de la
efeméride fundacional, pieza clave en la construcción y consolidación de la nacionalidad.
3En el caso específico de Venezuela, el proceso mediante el cual se construye esta
valoración uniforme del 19 de abril de 1810 como día inicial de la independencia ha sido
descrito y analizado por Carole Leal Curiel. Será en 1877, en el marco del certamen
nacional convocado para responder a la pregunta “¿El 19 de abril es o no del día iniciativo
de nuestra independencia nacional?” que se fija de manera más firme la versión según la
cual el 19 de abril de 1810 debía ser considerado el día inicial de nuestra independencia. En dos de los artículos ganadores del concurso se despoja a los sucesos de abril de
cualquier relación directa con la crisis de la monarquía española, se ratifica la intención
revolucionaria de sus promotores, se incorpora la argumentación según la cual la
declaración de lealtad a Fernando VII había sido una artimaña, astucia o recurso político
del momento para no alarmar a los pueblos, y se bolivarianiza la fecha destacando el
temprano ideario independentista de Bolívar y su actuación protagónica en la consumación
de la gesta que tuvo su inicio aquel 19 de abril en la ciudad de Caracas. Esta misma
orientación, estos mismos argumentos están presentes en el dictamen de la Academia, y
fueron ratificados por el doctor Cristóbal Mendoza en la celebración de los 150 años del 19
de abril de 1810.
La conmemoración del sesquicentenario constituyó así, ocasión propicia para reafirmar el
momento iniciativo, el punto de partida de nuestra independencia y de nuestra historia
nacional, no sólo en Venezuela sino en muchas de las naciones que, en aquel momento,
festejaban sus 150 años de vida independiente.
Un grupo representativo de historiadores de los distintos países iberoamericanos coinciden
al valorar la permanencia y fortaleza del consenso historiográfico relativo a la
independencia hasta bien avanzado el siglo XX y advierten la presencia, en los años sesentay con mayor fuerza, a partir de las décadas siguientes de un cuestionamiento cada vez más
generalizado a las convenciones establecidas sobre el pasado independentista.
Esta tendencia crítica de discusión sobre la independencia ha tenido y tiene lugar en el
ámbito de los historiadores profesionales latinoamericanos, en su gran mayoría, formados
en las escuelas de historia que recién comenzaron a instaurarse en las universidades de la
región y, muchos de ellos, con estudios de cuarto nivel en universidades nacionales y
extranjeras. A este contingente de historiadores latinoamericanos se sumó un significativo
número de historiadores europeos y norteamericanos interesados en la independencia
hispanoamericana. Esta comunidad de historiadores atendió la revisión y el análisis de las
fuentes de la época con las herramientas y técnicas del oficio historiográfico, y se distanció
críticamente de las premisas postuladas por la historiografía precedente.
El proceso de las independencias, en plural, se abordó entonces despojado de
maniqueísmos, se dejó atrás la épica libertaria, se discutió y desmontó el carácter
providencial de los héroes, se incorporaron las especificidades regionales, se cuestionó la
unanimidad política del proyecto independentista, se estudiaron el partido y proyectos de
los realistas, se destacó la presencia de otros actores sociales ocultos bajo la acepción de “el
pueblo”, se objetó la inevitabilidad de la independencia, se amplió el ámbito temporal del
proceso, se analizaron sus vínculos con la crisis de la monarquía, se discurrió sobre las
implicaciones económicas de la guerra, sobre la participación de las mujeres, y se
incorporaron al debate múltiples miradas sobre temas y problemas de la mayor diversidad,
los cuales han nutrido y siguen enriqueciendo la discusión y reflexión sobre nuestras
independencias.
En el caso venezolano, es posible advertir el impulso renovador que, de manera continua,
han adquirido los estudios sobre la independencia a partir de la década de los sesenta. La
5crítica y revisión sistemática del culto a los héroes, iniciada por el Dr. Germán CarreraDamas con su obra El Culto a Bolívar y atendida en los años posteriores por Luis Castro
Leiva, Elías Pino Iturrieta y Manuel Caballero entre otros; la mirada desde las regiones; el
examen de las diferentes caras de los autonomismos provinciales; los estudios sobre las
ideas y actuación de quienes defendieron la causa del rey; la dimensión social del proceso,
las implicaciones diversas del terremoto de 1812; los debates sobre la libertad de culto; el
claustro universitario frente a la independencia; la vida femenina; el desenvolvimiento de la
economía, las elecciones, el ejercicio de la soberanía, la opinión pública y muchos otros
aspectos desatendidos con anterioridad, forman parte de una agenda de investigación en
constante movimiento y ajena por completo a procurar la unanimidad o la uniformidad
interpretativa.
Como parte de esta ampliación de miradas y problemas que ocupan a los estudiosos de la
independencia, ha tenido lugar una revisión y fructífera discusión cuyo interés fundamental
ha sido replantear los alcances y estrechas relaciones existentes entre la crisis política de la
monarquía española que estalla en 1808, los movimientos juntistas americanos de los años
1808 y 1809 y los procesos de constitución de juntas ocurridos en varias ciudades
hispanoamericanas en 1810.
El debate no es reciente. Ya en los años cincuenta se había planteado como problema; no
obstante, fueron los estudios de François Xavier Guerra, Modernidad e Independencias y
de Jaime Rodríguez La independencia de la América española, publicados en la última
década del siglo XX, los que tuvieron un peso decisivo en la discusión que se desarrolla en
la actualidad referida al impacto y las diversas expresiones políticas que generó la crisis de
la monarquía española de uno y otro lado del Atlántico. Lo que destacan los estudios adelantados por Guerra y Rodríguez, es la existencia de
relaciones recíprocas entre la revolución liberal española y los procesos que condujeron a la
independencia de América; así como la necesidad de romper o superar la tendencia
establecida tanto en Europa como en América de estudiarlos como si fuesen fenómenos
independientes. Se trata de comprenderlos, según apunta Guerra como “…un proceso único
que comienza con la irrupción de la modernidad en una monarquía de Antiguo Régimen y
va a desembocar en la desintegración de ese conjunto político en múltiples estados
soberanos”.
De acuerdo a lo planteado por Jaime Rodríguez, la independencia de la América española
debe ser analizada en el marco de un proceso de cambios mucho más amplio, el que se dio
en el mundo atlántico desde la segunda mitad del siglo XVIII hasta las primeras décadas
del siglo XIX, período en el cual las sociedades monárquicas se transformaron en
democráticas y los súbditos de las monarquías se convirtieron en ciudadanos de los nuevos
estados nacionales.
Las investigaciones sobre los procesos juntistas americanos que se han realizado en la
historiografía reciente latinoamericana se han desarrollado desde esta perspectiva y se
enriquecen constantemente con la incorporación de renovadores planteamientos.
Entre los aspectos que destacan los autores que se han ocupado de estos temas está la
uniforme lealtad hacia Fernando VII y el rechazo hacia la usurpación francesa que se
produjo en América, al conocerse las noticias acerca de las abdicaciones de Bayona. En
todos los casos estas manifestaciones de fidelidad fueron relativamente homogéneas, se
inscribieron dentro de la tradición ceremonial del reino y pusieron en evidencia la fortaleza,
coherencia y unidad del imperio español. A pesar de la disgregación de poder en numerosas
juntas y de la inexistencia de una instancia política que pudiese ser reconocida como lalegítima autoridad, no hubo en América ningún movimiento que tuviese como objetivo
adelantar la independencia.
Como consecuencia de esta inédita situación se dio también en las provincias americanas
un intenso debate cuyo propósito era buscar respuestas frente a la emergencia política que
representaba la acefalía del trono. La pregunta fundamental, al igual que ocurrió en la
península, fue la misma: ¿sobre quién recae la soberanía, en ausencia del rey?
La respuesta a esta interrogante, la búsqueda de mecanismos que permitiesen dar respuesta
a la incertidumbre política creada por el colapso de la monarquía, devino en la propuesta o
constitución de Juntas en las provincias americanas, tal como sucedió en España. Así
ocurrió en México, Caracas, Buenos Aires en 1808 y en Chuquisaca, La Paz y Quito al año
siguiente. En cada uno de estos lugares, a la hora de plantearse cómo responder frente al
desmantelamiento de las instancias de poder de la monarquía y en medio de fuertes
tensiones y posiciones encontradas, se recurrió a los fundamentos que ofrecía el patrimonio
jurídico e histórico de la monarquía: ausente el rey la soberanía regresaba a la nación. Estas
primeras juntas, sustituirían a las autoridades constituidas, atenderían la emergencia y, al
mismo tiempo permitirían a las elites urbanas reunidas en su mayoría en los cabildos
ocupar nuevos espacios para avanzar en la negociación de sus reclamos y aspiraciones
autonomistas. Ninguna alentó propuestas independentistas que condujesen a la
desintegración del imperio.
Sin embargo, la respuesta de las autoridades fue impedir, desconocer y condenar las
iniciativas juntistas, interpretándolas como tentativas subversivas cuya motivación era
alcanzar la independencia y no como expresión del espíritu pactista, fidelista y autonomistaque las animó.
8La reasunción de la soberanía, apunta Guerra, rompió con la doctrina absolutista del origen
divino del poder regio. Por las circunstancias y sin que nadie se lo hubiese propuesto, la
soberanía repentinamente recayó en la sociedad. Esto tuvo una consecuencia fundamental,
aun cuando hubiese sido ejecutado de manera provisional, la política se abrió a todos los
actores sociales, conduciendo, inevitablemente, a otro asunto de similar entidad: el
problema de la representación.
El 22 de enero de 1809, la Junta Central, declaró a los vastos y preciosos dominios de
España en las Indias como una parte esencial e integrante de la monarquía española Acto
seguido estableció que se les concedería la posibilidad de tener representación nacional
para que formasen parte de esta nueva instancia de poder, depositaria de la soberanía en
ausencia del rey. Esta declaración constituyó base de sustentación y legitimación de las
exigencias americanas, como partes integrantes de la monarquía.
El llamado de la Junta Central fue atendido en la Nueva España, Guatemala, Nueva
Granada, Perú, Chile, Venezuela y en el Río de la Plata; sin embargo, los términos de la
convocatoria generaron fuertes reparos y confrontaciones, no sólo en las provincias en
donde se realizaron las elecciones, sino también en aquellas que no tenían derecho a
participar en el proceso electoral.
Si bien el llamado a elecciones se hizo siguiendo los procedimientos antiguos propios delos organismos corporativos, la diferencia principal consistió, según señala Jaime
Rodríguez, en que fueron ajustados a los nuevos propósitos del momento político,
constituyendo un considerable paso hacia adelante en la formación de un gobierno
representativo moderno para la totalidad de la nación española.
Las Instrucciones preparadas por las provincias dan cuenta de las aspiraciones autonomistas
de las élites criollas, de sus malestares y descontentos sobre la situación política que se
9vivía en España y de la incertidumbre e inquietud que representaba la posibilidad de que lapenínsula cayese en manos de los franceses. Al mismo tiempo, ofrecieron la oportunidad
para que se plantearan las demandas de igualdad política de los americanos frente a los
peninsulares. En ninguna de ellas hubo planteamientos que promoviesen la
reestructuración del sistema político, tampoco propuestas que pretendiesen la
desintegración del imperio.
La aplicación del decreto condujo a la creación de un espacio político representativo que
antes no existía, y por ende, a la politización de una esfera pública. Era la posibilidad de
incidir en la política desde el Estado por parte de los criollos autonomistas, sin necesidad de
alterar la forma de gobierno monárquica.
Ninguno de los diputados electos en América llegó a formar parte de la Junta Central, ya
que, concluidos los procesos electorales y cuando algunos de los representantes americanos
se encontraban camino a España, la Junta Central fue disuelta y sustituida por el Consejo de
Regencia.
El Consejo de Regencia, en su condición de nueva autoridad del Reino, mantuvo la
convocatoria a Cortes, reiteró la declaratoria de igualdad de los americanos, e informó los
términos de la representación americana para la reunión de las Cortes, los cuales
conservaban la inequidad de representación entre españoles y americanos.
En América, la noticia sobre la caída de Andalucía y la disolución de la Junta Central
generó un ambiente de incertidumbre respecto al futuro de España, desató un intenso debate
y propició numerosas reacciones de rechazo y desconfianza ante el Consejo de Regencia
por considerarlo como un poder usurpador de la soberanía.
El delicado asunto de la soberanía y el no menos espinoso de la representatividad volvían al
terreno del debate, pero ahora con consecuencias políticas diferentes. Si se había convocadoa los americanos para que participasen en el gobierno en calidad de diputados de la Junta
Central, no podían ahora informarles que no existía la Junta y que había una nueva
instancia depositaria de la soberanía la cual gobernaba en nombre del Rey. Además, al
quedar disuelta la Junta, quedaban sin efecto y sin posibilidades de ejecución inmediata las
aspiraciones de las elites criollas de proponer y negociar sus demandas autonomitas, como
partes integrantes de la monarquía.
El conflicto no tardó en manifestarse: ¿Cómo era que la Junta Central la cual había sido
reconocida como legítima autoridad y de la cual formaban parte unos delegados
americanos, legítimamente electos, era disuelta y sustituida por otro organismo sin que
hubiese mediado participación alguna de los súbditos de esta parte del reino?
El resultado fue el desconocimiento de la autoridad de la Regencia y la erección en
América de Juntas Supremas depositarias de la soberanía y defensoras de los derechos de
Fernando VII, todas ellas en el transcurso del año de 1810: Caracas fue la primera en
pronunciarse, el 19 de abril de 1810; Buenos Aires el 25 de mayo; la Nueva Granada el 20
de julio y Chile, el 18 de septiembre.
El argumento era el mismo de 1808: roto el pacto entre el Rey y los súbditos, la soberanía
recae en la nación, no podía entonces arrogarse tal atributo una instancia ilegítima y, por
tanto, usurpadora de la soberanía. Las Juntas que se constituyen a partir de esta fecha no
reconocen a los representantes del poder real en América; reaccionan contra la autoridad de
la Regencia; denuncian la ruptura del pacto por parte de las autoridades españolas y
rechazan la desigual representación que se ofrecía a los americanos para participar en lainstancia que definiría el rumbo político de la monarquía española.
En el caso específico de Caracas el tema de la ilegitimidad de la Regencia se plantea sin
ambigüedades en el “Acta del 19 de abril”. La decisión de los firmantes fue erigir un
11gobierno que pudiese atender a la seguridad y prosperidad de la provincia, vistas las
circunstancias en las cuales se encontraba la península y en atención a las flagrantes
insuficiencias de la Regencia. Al día siguiente se redacta una “Proclama” en la cual se
insiste sobre la ilegitimidad de la Regencia ya que ésta “...ni reúne en sí el voto general de
la Nación, ni menos el de estos habitantes que tienen el legítimo e indispensable derecho de
velar sobre su conservación y seguridad como partes integrantes que son de la Monarquía
Española”.
Inmediatamente después de su constitución, la Junta emite un documento en el cual admite
la ausencia de representación de las demás provincias y postula la necesidad de convocar a
los habitantes de todas las provincias a formar parte de la “Suprema Autoridad” con
proporción al mayor o menor número de sus habitantes. El 11 de junio, cuando no han
transcurrido dos meses de la proclama, la Junta de Caracas aprueba el reglamento que
normaría la elección para la “Representación legítima y universal de todos los Pueblos en la
Confederación de Venezuela”. En correspondencia con esta determinación, se rechaza y
condena la convocatoria electoral para las Cortes y se denuncia la inequidad de
representación entre americanos y españoles.
Los hechos ocurrieron de manera similar en Buenos Aires, Chile y con algunas variantes enla Nueva Granada en donde se constituyeron numerosas juntas. En todos los casos, las
provincias declararon su lealtad a Fernando VII y postularon la necesidad de convocar un
congreso a fin de discutir la forma que adoptaría el nuevo gobierno.
Los dos años transcurridos desde que se conocieron los sucesos de la península en 1808
hasta que se disolvió la Junta Central y se constituyó el Consejo de Regencia, habían
generado un ambiente de incertidumbre, agitación y conmoción el cual propició la reunión
frecuente de los vecinos principales y el debate constante sobre su propia circunstancia
12política, no sólo ante el inminente peligro de la pérdida definitiva de España frente al
usurpador francés, sino respecto a la falta de legitimidad del poder existente en la
monarquía y a los peligros que podía acarrear la posibilidad de levantamientos populares
que atentasen contra el orden establecido. La situación exigía elaborar propuestas viables
para el futuro inmediato de las provincias allende los mares. En estas circunstancias es
razonable pensar que en las reuniones y tertulias que tuvieron lugar en América durante
este agitado período confluyeron de manera contradictoria y apasionada las más diversas
opiniones y consideraciones sobre la situación española y sus efectos y posibles soluciones
en los territorios de ultramar. De allí que las repuestas no fuesen únicas ni uniformes.
En Venezuela, se constituyeron juntas en Caracas, Margarita, Barcelona, Cumaná, Barinas,
Mérida y Trujillo, se realizaron elecciones para la formación de un Congreso General y los
representantes de estas provincias sancionaron la independencia el 5 de julio. No obstante,
Maracaibo, Guayana y Coro se mantuvieron leales a la Regencia; Maracaibo eligió su
representante a Cortes en cuyas instrucciones se plasmaron las demandas autonomistas dela provincia, mientras que Coro y Guayana enviaron delegados a fin de reclamar su derecho
a representación y defender sus aspiraciones ante el gobierno constitucional de la
monarquía.
En la Nueva Granada, el desconocimiento del Consejo de Regencia también dividió el
parecer de las provincias, como ocurrió en Venezuela; de manera que unas siguieron el
camino autonomista y otras se mantuvieron fieles a la Regencia y eligieron diputados a
Cortes. Tampoco hubo unidad de criterios respecto al ejercicio de la soberanía, hubo fuertes
tensiones y disensiones frente al gobierno de Bogotá y entre las propias provincias. Las
declaraciones de independencia se produjeron de manera diferenciada, primero en
13Cartagena, en noviembre de 1811; luego en Cundinamarca en julio de 1813 y, al mes
siguiente, en Antioquia.
En el Río de la Plata también se plasmaron enfrentamientos entre la Junta Superior de
Buenos Aires y los discursos y aspiraciones autonomistas de las provincias queconformaban el virreinato; hubo igualmente diversidad de opiniones respecto a mantener la
fidelidad a Fernando VII mientras se desconocía al Consejo de Regencia y a las Cortes
reunidas en Cádiz. No fue sino en 1816 cuando se declaró la Independencia de las
provincias unidas de Sud-América.
En la Nueva España, la rebelión acaudillada por Miguel Hidalgo el 16 de septiembre de
1810 se hizo en nombre de Fernando VII y con el estandarte de la virgen de Guadalupe. Al
año siguiente, se constituyó la Junta Nacional Americana en Zituacaro, también leal a
Fernando VII y no fue sino el Congreso de Chilpancingo reunido en septiembre de 1813 el
que declaró la independencia. Sin embargo, antes del estallido de la insurrección, ya se
habían iniciado en 22 ciudades las elecciones de los diputados que representarían a la
Nueva España en las Cortes del Reino y, al sancionarse la Constitución de la Monarquía en
1812, esta fue juramentada y aplicada en numerosas provincias de la Nueva España.
Convivieron así en el espacio novohispano la insurgencia y la constitucionalidad
monárquica.
Lo que expresan los numerosos estudios que se han hecho en estas últimas décadas es
precisamente la riqueza y variedad de situaciones y posibilidades políticas que desencadenó
la crisis de la monarquía, lo cual no se reduce exclusivamente al más visible y trajinado de
ellos: el desenlace final de la independencia.
La magnitud de los acontecimientos que se produjeron, la diversidad de respuestas que
suscitó, los debates que generó, las modalidades de participación y actuación políticas queCartagena, en noviembre de 1811; luego en Cundinamarca en julio de 1813 y, al mes
siguiente, en Antioquia.
En el Río de la Plata también se plasmaron enfrentamientos entre la Junta Superior de
Buenos Aires y los discursos y aspiraciones autonomistas de las provincias que
conformaban el virreinato; hubo igualmente diversidad de opiniones respecto a mantener la
fidelidad a Fernando VII mientras se desconocía al Consejo de Regencia y a las Cortes
reunidas en Cádiz. No fue sino en 1816 cuando se declaró la Independencia de las
provincias unidas de Sud-América.
En la Nueva España, la rebelión acaudillada por Miguel Hidalgo el 16 de septiembre de
1810 se hizo en nombre de Fernando VII y con el estandarte de la virgen de Guadalupe. Al
año siguiente, se constituyó la Junta Nacional Americana en Zituacaro, también leal a
Fernando VII y no fue sino el Congreso de Chilpancingo reunido en septiembre de 1813 el
que declaró la independencia. Sin embargo, antes del estallido de la insurrección, ya se
habían iniciado en 22 ciudades las elecciones de los diputados que representarían a la
Nueva España en las Cortes del Reino y, al sancionarse la Constitución de la Monarquía en
1812, esta fue juramentada y aplicada en numerosas provincias de la Nueva España.
Convivieron así en el espacio novohispano la insurgencia y la constitucionalidad
monárquica.
Lo que expresan los numerosos estudios que se han hecho en estas últimas décadas es
precisamente la riqueza y variedad de situaciones y posibilidades políticas que desencadenó
la crisis de la monarquía, lo cual no se reduce exclusivamente al más visible y trajinado de
ellos: el desenlace final de la independencia.
La magnitud de los acontecimientos que se produjeron, la diversidad de respuestas que
suscitó, los debates que generó, las modalidades de participación y actuación políticas que
14motivó: el establecimiento de juntas, las demandas autonomistas, la realización de
elecciones, la activación de diferentes espacios de actuación pública, dan cuenta de un
intenso proceso de transformación, de transición entre las prácticas y principios del Antiguo
Régimen a las modalidades propias de la modernidad política cuyo desenvolvimiento tuvo
expresiones particulares, ritmos distintos y no está sujeto ni necesariamente vinculado al
mantenimiento o ruptura de la lealtad a Fernando VII, a la obediencia o no al Consejo de
Regencia, a la declaración o no de la independencia, o reducido a las restricciones que
implica analizarlos desde las fronteras nacionales de la actualidad.
Se produjo una revolución política de amplio alcance cuyos contenidos y definiciones
tuvieron su inicio en el marco de la monarquía y su continuidad o transformación definitiva
en la construcción de los proyectos republicanos. La reasunción de la soberanía, transitoria
o en depósito, alteró los parámetros de legitimación política del absolutismo, al desplazarse
del rey a la sociedad; el discurso pactista propio de la tradición política del reino dio paso a
la emergencia de los autonomismos americanos frente a la metrópoli, respecto a los centros
de poder internos y en la relación de las provincias entre sí; desapareció la condición de
vasallos del rey: los habitantes de América se convirtieron en ciudadanos, unos en
ciudadanos españoles bajo el amparo de la constitución de la monarquía, otros en
ciudadanos de las repúblicas en ciernes; se produjo una ruptura del sistema de
representación corporativo del Antiguo Régimen transformándose en sistemas de
representación territorial por provincias o en sistemas de representación proporcional de la
población libre; se ampliaron o se modificaron las doctrinas, postulados, conceptos que
otorgaban sentido a las prácticas e instituciones políticas antiguas para adaptarlas o
transformarlas a las nuevas circunstancias en un esfuerzo inédito de enorme creatividad
política.
15Un proceso de tal complejidad, en el cual intervienen aspectos tan distintos y cuya
materialización se dio de manera tan diversa ofrece enormes dificultades para la
construcción de versiones uniformes, para la elaboración de consensos interpretativos, para
la imposición de miradas únicas. Exige, más bien una discusión constante, no confinalidad de sustituir unos paradigmas por otros, sino con el propósito de nutrir, ampliar,
problematizar los resultados obtenidos. Con la inquietud de construir, buscar, encontrar
nuevos nichos de investigación, perspectivas desconocidas, problemas ignorados, aspectos
inesperados; con el interés siempre dispuesto a sostener un debate plural y crítico sobre
nuestro pasado. Es éste y no otro el sentido del oficio historiográfico.
No es casual entonces que haya sido y siga siendo en el seno de los profesionales formados
en nuestras universidades que haya tenido lugar esta importante, nutritiva y siempre
inacabada reflexión sobre las convenciones y tópicos establecidos en torno al momento
primigenio de nuestras independencias. Las universidades son el espacio natural para la
construcción constante del conocimiento crítico, para la discusión abierta, sin cortapisas,
sin mordazas, amenazas, extorsiones, ni censuras. Las universidades, por su misma
condición de espacios formativos, plurales, autónomos y democráticos, tienen el derecho y
el deber y así ha sido históricamente, incluso en tiempos de la independencia, de sostenerse
como el ámbito idóneo e insustituible para garantizar la libertad de pensamiento y el libre
fluir de las ideas, no sólo sobre el pasado, sino también sobre el presente y el futuro de
nuestras sociedades.
Es una enorme tranquilidad constatar que existe una distancia abismal entre el discurso
conmemorativo convencional, entre los llamados contenidos de la memoria, entre la
reiteración de los postulados heroicos y patrióticos de las efemérides y los próceres
militares que todavía persisten en la actualidad y los contenidos plurales, dinámicos,
16diversos, ajenos a la uniformidad que nutren la producción crítica de la historiografía
profesional, universitaria, académica.
No resulta tampoco consecuencia de una contingencia temporal que haya sido precisamente
en la década de los sesenta, cuando en las universidades latinoamericanas y en la mayoría
de nuestras sociedades se hacían esfuerzos contundentes por alcanzar y fortalecer el
ejercicio democrático, que el pensamiento crítico sobre nuestras independencias se empeñó
en despojarlas de la visión providencialista, heroica y esencialmente épica y militarista que
había imperado desde el siglo XIX, abriendo la posibilidad de atender su estudio sin
maniqueísmos, advirtiendo sus contradicciones, incorporando sus aspectos sociales, sus
incidencias regionales y dando lugar a una pluralidad de visiones posibles y necesarias. Así
se desenvuelve el conocimiento en las sociedades democráticas.
También es conveniente destacar la ampliación de la agenda de investigación en la década
de los noventa sobre tópicos políticos inherentes e insoslayables del proceso de laindependencia como son la práctica de la ciudadanía, el principio de la representación, la
experiencia de la autonomía, el ejercicio de la soberanía, y la construcción de un sistema
republicano, justamente en el contexto de la discusión sobre la necesidad de profundizar,
ampliar y defender las experiencias y contenidos de la democracia, así como sus
posibilidades e ineludible pertinencia para la convivencia republicana.
Ello seguramente ha tenido y tiene un impacto decisivo a la hora de interpretar los hechos
ocurridos hace doscientos años no como el inicio de la independencia, sino como parte
esencial de una revolución política de significación histórica sin precedentes mediante la
cual se rompió con las formas políticas antiguas y se dio inicio a la construcción de nuevos
referentes políticos en donde la soberanía, la ciudadanía, la autonomía, las elecciones, las
libertades individuales, el estado de derecho y la división de poderes se establecieron como
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parte constitutiva de la existencia republicana, y los cuales, sin la menor duda, forman parte
ineludible del debate actual en Venezuela y en el resto de América Latina.
Quiero expresar mi más sincero y sentido agradecimiento a los individuos de Número de la
Academia Nacional de la Historia, mis colegas, mis amigos, mis compañeros de todos los
jueves, por la confianza que depositaron en mi al ofrecerme el inmenso privilegio de
reflexionar sobre estos temas cuando se conmemoran 200 años del 19 de abril de 1810; estesincero y sentido agradecimiento lo hago extensivo a todos los individuos de Número de las
Academias aquí presentes quienes acogieron con una enorme generosidad y un inmenso
respeto la propuesta de la Academia Nacional de la Historia.
Puedo decirles a todos ustedes, sin que me quede nada por dentro que JAMAS me imaginé
que ocuparía este lugar en un momento como éste, tampoco naturalmente que podría
compartir esta inmensa dicha con la presencia maravillosa de mi papá y mi mamá, con mi
familia, mis afectos y por supuesto con este nutrido público que nos acompaña.
Estoy persuadida de que la decisión de la Academia Nacional de la Historia y de todas las
Academias Nacionales no constituye un reconocimiento individual hacia mi persona,
expresa, más bien, un reconocimiento mucho más amplio a la madurez y al compromiso de
la historiografía venezolana por su esfuerzo sostenido de irrumpir contra los mitos y de
mantener y propiciar una mirada crítica sobre el pasado y presente venezolano.
Y me ofrece a mí la oportunidad de recordar a quienes, hace doscientos años tuvieron el
arresto de echar a andar una república de ciudadanos y reconocer también el valor, el
coraje, la constancia y el ineludible compromiso demostrado por todos aquellos
venezolanos que, desde esa fecha hasta el presente han estado dispuestos a defender, a
proteger, a fortalecer y a enriquecer las prácticas republicanas. Muchas gracias
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