El Carabobeño 05 mayo 2013
Los Miserables, un drama cantado para los que aprecian el buen cine
En París en 1980, se estrenó la versión musical de la novela de Víctor Hugo, Los miserables. Su autoría se le debe a Claude-Michel Schönberg (música) y a Alain Boublil con Jean-Marc Natel (letra). Fue un éxito y lo sigue siendo. Pues sí, ¡imposible que al cine se le escapara esta oportunidad!
Ahora nos llega la versión cinematográfica bajo la dirección de Tom Hooper, conocido realizador salido de la televisión inglesa y llegado al éxito gracias a su anterior filme, El discurso del rey (2010). Su película Los miserables (2012) ha generado muy dispares reacciones allí donde se ha estrenado.
Pienso que la novela se presta más para ser recreada como ópera que como revista musical, tal su densidad dramática. Los musicales revisteros tienden, más bien, a ser superficiales.
Se me ocurre que esa intención la tiene el director Tom Hooper con su película: la de imprimirle más fuerza dramática y menos acento de revista a la relación entre Valjean y Javert. El primero es un prófugo de la ley traído al bien por el gesto de un sacerdote. El segundo es un representante de esa misma ley, incapaz de ver la realidad más allá de lo blanco y lo negro.
Valjean se hace cargo de la niña Cosette, quien queda huérfana a la muerte de Fantine, su madre, quien se ve obligada a convertirse en prostituta y a morir como tal por sus carencias económicas.
Cosette crecerá en vida errante ante el cotidiano huir de Valjean seguido por Javert; así hasta los hechos políticos de una Francia sacudida desde su Revolución, donde el amor aparecerá entre Cosette y Marius, joven revolucionario y uno de los líderes de la barricadas republicanas de 1832.
Dentro de ese espacio argumental, el director Tom Hooper ha preferido una versión más intimista de los acontecimientos, aún dentro de ciertas grandilocuencias del filme, que las tiene. Parece que esto no le ha gustado a una gran parte de la crítica, más bien acostumbrada a los juegos coreográficos y a la opulencia visual cuando de musicales se trata.
Esa opción de Tom Hopper hay que respetarla y, desde ahí, juzgar a la cinta. Así vista, no hay duda de que estamos ante un filme bueno en calidad, incluso en fluidez narrativa, y donde las imágenes van en beneficio de los contenidos expresados por los cantables, sin llegar a ser redundantes. Noble manejo del primer plano.
Hay secuencias de gran pasión dramática, por ejemplo, cuando la excelente actriz (en este caso) Anne Hathaway nos da su aria I Dreamed a Dream. Igual, el hilo narrativo del guion se enriquece con la exposición visual de coros como Red and Black, en tanto se afirma el sentimiento político y la denuncia social con Do You Hear the People Sing?
La dirección actoral es buena, excepto por Amanda Seyfried, superficial como Cosette. Quien se lleva las palmas es Hugh Jackman (Valjean), por la sensibilidad que le da a su personaje. Como Javert, Russell Crowe lo hace bien, pero su voz no lo ayuda para el barítono que se necesita en este caso. Crowe es totalmente disonante, peor en esa honda y magnífica aria que es Valjean’s Confession.
La gramática escogida para esta versión musical en cine puede no gustarles a algunos, pero no quiere decir que sea incorrecta o que esté mal planteada, aunque su final bordea lo más sentimentalón del melodrama, casi un final “kitsch” con respecto al resto de la película.
Para advertencia de los lectores: Los miserables es una película donde no se para de cantar durante dos horas y media. Es una convención que hay que aceptar: se canta en las buenas y en las malas. Entendido esto, el filme seduce y, entre sus pliegues, logra darnos un sentido de actualidad a lo que sucede en el siglo XIX en París.
Los Miserables
Quieren apagar la denuncia con una "cadena" de joropos y corridos que exhorta al amor y la paz
CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ | EL UNIVERSAL
sábado 4 de mayo de 2013 12:00 AM
A María Corina Machado
Jean Valjean es paradójicamente una caricatura. Al más noble, consecuente, solidario, afectuoso, heroico de los hombres, le pagan con traición todos los que recibieron su ayuda, al final hasta la hija por la que robó el pan que marca su destino de perseguido eterno. Víctor Hugo, conocido por "hugólatra", dejó a la posteridad con Los Miserables un culebrón que no mejoran el director Tom Hooper (2012), ídolos como Hugh Jackman, Russell Crowe, ni la diosa Hathaway. En 1998 Bille August dirigió otra, protagonizada por Liam Neeson, Geoffrey Rush, Uma Thurman, y hay seis versiones más, una con Depardieu, otras con Belmondo y Jean Gabin. Pero el número es exagerado. Hombres o mujeres como Valjean, la decencia, no están solos, sino rodeados de otros, muchos, a los que se unen en la marcha vital, y no son únicos contra una humanidad "holísticamente" malvada.
El cadáver que "seguía muriendo" según Vallejo, se levanta al final del poema gracias al amor de quienes lo rodeaban. Una criatura perfecta, Catherine Zeta-Jones, colapsó emocionalmente cuando Michael Douglas contrajo cáncer de garganta. Hoy los Valjean: María Corina Machado, Julio Borges, Nora Bracho, D'Gracia, Ismael García, están rodeados de millones de hombres y mujeres que les dan fuerza existencial y están dispuestos a correr con ellos el mismo destino. Su entorno es la mayoría, el pueblo.
La tarde del 30 de abril en la Asamblea Nacional marca una nueva fecha conmemorativa, tal como el 4 de febrero de 1992, de hasta dónde una sociedad puede parir alimañas y el descarrío moral organizarse para avergonzar al homo sapiens. La reconstrucción de los hechos retrata la catadura de esa banda que triunfó en 1998 para desgracia de una nación que han podido arrastrar por los cabellos para humillarla en cualquier infecto rincón. Lo ocurrido fue una típica acción revolucionaria, en la que la condición humana se reduce a un caldo de protozoarios. Todas las revoluciones contra la democracia son fascistas, independientemente de rojas, pardas o negras.
El revolucionario es la amoralidad encarnada y la "revolución" es la patente para cometer cualquier crimen, un fin "noble" que se autojustifica. Maltratar mujeres con la sonrisa llena de moscas, una nariz agusanada y ojos que eyectan liendres, está por debajo de la dignidad de cualquier ser vivo. Son cadáveres que caminan "contra el capitalismo, la derecha, la reacción". En la práctica en defensa de la corrupción, la incompetencia, la ruindad y la infamia. Tienen muerta el alma.
La catadura moral de la cáfila que gobierna es menor que la mafia, que no reclamaba ninguna justificación ideológica para robar ni asesinar, no se enmascaraba en un seudodiscurso político y sus miembros se asumían como lo que eran sin más. A pesar de esto tenían un código de ética inviolable. No agredían mujeres ni niños y a un conocido gángster de Chicago, lo ajustició su propia banda por matar la mujer de un pandillero enemigo. Dillinger, Al Capone, Genovese, Luciano, establecieron: el que se mete con las mujeres, incluso con las del enemigo, lo paga. Era un código de honor que quien pertenece a vertederos revolucionarios no puede entender. En nuestro país Babyface estaría armado de su Thompson, para disparar a las diputadas.
Con alevosía incomparable, reptante, que hace parecer lores a humildes sietecueros, cierran las puertas del hemiciclo y, protegidos por guardaespaldas, lanzan contra diputados pacíficos y desarmados una carga de degeneración acumulada en 14 años de recoger basura. Una figura contrahecha por el exceso de proteínas, especie de Hecatonquiro con cerebro de lombriz, golpea diputadas, lo único capaz de hacer. Luego quieren apagar la denuncia con una "cadena" de joropos y corridos que exhorta al amor y la paz. ¿Entiende que la operación busca pulverizar el precario prestigio del gobierno? ¿Autorizó el coupcontra la Asamblea Nacional mientras disfrutaba del Circo Du Soleil?
El Padrino III termina con una estremecedora secuencia. Mientras Michael (Pacino) está en la ópera, los rápidos cortes de Coppola nos enseñan en diversos lugares y simultáneamente un set de ejecuciones ordenadas por él. Asesinos se deslizan al palco de un teatro y matan, en un salón del Vaticano y matan, una oficina bancaria y matan, y como fondo, las notas estremecedoras de Cavalleria Rusticana. Pozos de sangre. Familias destruidas, llanto, dolor. Pero Michael Corleone recibe su castigo luego de la secuencia demoníaca de asesinatos ordenados por él. El crimen no paga, dicen.
@carlosraulher
Jean Valjean es paradójicamente una caricatura. Al más noble, consecuente, solidario, afectuoso, heroico de los hombres, le pagan con traición todos los que recibieron su ayuda, al final hasta la hija por la que robó el pan que marca su destino de perseguido eterno. Víctor Hugo, conocido por "hugólatra", dejó a la posteridad con Los Miserables un culebrón que no mejoran el director Tom Hooper (2012), ídolos como Hugh Jackman, Russell Crowe, ni la diosa Hathaway. En 1998 Bille August dirigió otra, protagonizada por Liam Neeson, Geoffrey Rush, Uma Thurman, y hay seis versiones más, una con Depardieu, otras con Belmondo y Jean Gabin. Pero el número es exagerado. Hombres o mujeres como Valjean, la decencia, no están solos, sino rodeados de otros, muchos, a los que se unen en la marcha vital, y no son únicos contra una humanidad "holísticamente" malvada.
El cadáver que "seguía muriendo" según Vallejo, se levanta al final del poema gracias al amor de quienes lo rodeaban. Una criatura perfecta, Catherine Zeta-Jones, colapsó emocionalmente cuando Michael Douglas contrajo cáncer de garganta. Hoy los Valjean: María Corina Machado, Julio Borges, Nora Bracho, D'Gracia, Ismael García, están rodeados de millones de hombres y mujeres que les dan fuerza existencial y están dispuestos a correr con ellos el mismo destino. Su entorno es la mayoría, el pueblo.
La tarde del 30 de abril en la Asamblea Nacional marca una nueva fecha conmemorativa, tal como el 4 de febrero de 1992, de hasta dónde una sociedad puede parir alimañas y el descarrío moral organizarse para avergonzar al homo sapiens. La reconstrucción de los hechos retrata la catadura de esa banda que triunfó en 1998 para desgracia de una nación que han podido arrastrar por los cabellos para humillarla en cualquier infecto rincón. Lo ocurrido fue una típica acción revolucionaria, en la que la condición humana se reduce a un caldo de protozoarios. Todas las revoluciones contra la democracia son fascistas, independientemente de rojas, pardas o negras.
El revolucionario es la amoralidad encarnada y la "revolución" es la patente para cometer cualquier crimen, un fin "noble" que se autojustifica. Maltratar mujeres con la sonrisa llena de moscas, una nariz agusanada y ojos que eyectan liendres, está por debajo de la dignidad de cualquier ser vivo. Son cadáveres que caminan "contra el capitalismo, la derecha, la reacción". En la práctica en defensa de la corrupción, la incompetencia, la ruindad y la infamia. Tienen muerta el alma.
La catadura moral de la cáfila que gobierna es menor que la mafia, que no reclamaba ninguna justificación ideológica para robar ni asesinar, no se enmascaraba en un seudodiscurso político y sus miembros se asumían como lo que eran sin más. A pesar de esto tenían un código de ética inviolable. No agredían mujeres ni niños y a un conocido gángster de Chicago, lo ajustició su propia banda por matar la mujer de un pandillero enemigo. Dillinger, Al Capone, Genovese, Luciano, establecieron: el que se mete con las mujeres, incluso con las del enemigo, lo paga. Era un código de honor que quien pertenece a vertederos revolucionarios no puede entender. En nuestro país Babyface estaría armado de su Thompson, para disparar a las diputadas.
Con alevosía incomparable, reptante, que hace parecer lores a humildes sietecueros, cierran las puertas del hemiciclo y, protegidos por guardaespaldas, lanzan contra diputados pacíficos y desarmados una carga de degeneración acumulada en 14 años de recoger basura. Una figura contrahecha por el exceso de proteínas, especie de Hecatonquiro con cerebro de lombriz, golpea diputadas, lo único capaz de hacer. Luego quieren apagar la denuncia con una "cadena" de joropos y corridos que exhorta al amor y la paz. ¿Entiende que la operación busca pulverizar el precario prestigio del gobierno? ¿Autorizó el coupcontra la Asamblea Nacional mientras disfrutaba del Circo Du Soleil?
El Padrino III termina con una estremecedora secuencia. Mientras Michael (Pacino) está en la ópera, los rápidos cortes de Coppola nos enseñan en diversos lugares y simultáneamente un set de ejecuciones ordenadas por él. Asesinos se deslizan al palco de un teatro y matan, en un salón del Vaticano y matan, una oficina bancaria y matan, y como fondo, las notas estremecedoras de Cavalleria Rusticana. Pozos de sangre. Familias destruidas, llanto, dolor. Pero Michael Corleone recibe su castigo luego de la secuencia demoníaca de asesinatos ordenados por él. El crimen no paga, dicen.
@carlosraulher
No hay comentarios:
Publicar un comentario