Arístides Bastidas, un periodista para admirar y recordar
Sábado, 28 de julio de 2012
Foto: Cortesía de Hugo Alvarez Pifano
Alguien escribió alguna vez al referirse a Arístides Bastidas: “Cuando siento un dolor y me quejo del sufrimiento, experimento una inmensa vergüenza, al recordar la vida que le tocó en menguada suerte a Arístides Bastidas”. Esta es sin duda, una de las mejores caracterizaciones que se ha hecho de la naturaleza interior de este ser humano excepcional -periodista, escritor y luchador social- quien sufrió, en primer lugar, la condición de ser hijo de un humilde campesino -un conuquero- nacido y echado a vivir, en el corazón de una provincia venezolana llena de atraso y privaciones culturales; después, las de un hombre que padeció las enfermedades del medio rural venezolano, sin asistencia médica útil y significativa. Pero, ¿qué fue lo ocurrido realmente con Arístides Bastidas? Vamos a escarbar un poco en el significado de su modesta existencia, enaltecedora de los valores morales y sobre todo, en la elevación espiritual que tuvo que realizar un hombre para sobreponerse a la pobreza, a las enfermedades y a la adversidad, que a manera de su propia sombra, lo acompañó durante toda su existencia.
Arístides Bastidas nació en San Pablo, estado Yaracuy, el 12 de marzo de 1924, se trata de una aldea -como tantas otras, Albarico o Boraure, tan solo para decir dos nombres- enclaustrada, a manera de cerrado convento, entre latifundios de caña de azúcar que alimentan los ingenios azucareros de la zona (Matilde, Yaracuy y Río Turbio, este último en el estado Lara). Si allí vivían mil campesinos, no tenían tierras que cultivar ni trabajo alguno que faenar, por falta de industrias o pequeños talleres fabriles o artesanales. ¿Cómo puede desarrollarse un pueblo prisionero, entre las rejas de este problema socioeconómico? Al llegar los tiempos de la reforma agraria (década de los 60) y la reducción de latifundios (década de los 2010), se expropió, concretamente en esta última etapa histórica –sin pagar la indemnización debida- y las tierras fueron vendidas, en algunos casos, a militares retirados, para dirigir desde sus mansiones en Caracas, la siembra de renovadas y más costosas parcelas de caña, mientras los mismos campesinos de siempre, vivían lo que el poeta Pedro Pérez Perazzo llamó en su fino lenguaje poético: “El Yaracuy que aguarda en la choza campesina, miserable pero iluminada de esperanzas. Que aguarda la reconciliación y la paz, que aguarda el pan y la tierra que le pertenece.”
Después viene el problema médico asistencial, estamos hablando de una época en que las enfermedades tropicales diezmaban a la población venezolana y no se conocía como afrontar este problema. En que las serpientes venenosas emponzoñaban su veneno en miles de campesinos y no existían antídotos para atenderlos. Solo hubo un médico, yaracuyano también como Arístides Bastida, que se consagró al estudio y a la solución del mismo: Félix Pifano Capdevielle. En efecto, cuando Pifano se graduó de médico en 1935, viajó al estado Yaracuy e inició sus investigaciones, fue el primero en estudiar los venenos de serpientes, preparar antídotos y ofrecer una curación para las patologías tropicales. Dicho sea de paso, en San Felipe, su pueblo natal, no existe ni siquiera una calle o una plaza que recuerde su nombre.
Muy joven Arístides llegó a Guama, porque su madre tuvo un parto muy difícil y prometió a la Santísima Virgen que si nacía varón y se salvaba, lo enviaría a una iglesia como monaguillo y así fue, el pequeño Arístides sirvió de acólito del padre Cornell en la tranquila iglesia de Guama, un pueblo más grande al costado de su aldea. Él solía contar que mientras los habitantes de San Pablo se alumbraban con lámparas de carburo -entre las 7 y 9 de la noche- en Guama existía la luz eléctrica y él contemplaba fascinado el brillo de los bombillos incandescentes, que resplandecían de 7 a 9 y media. Su pasantía por Guama imprimió en su alma y en su memoria una profunda fe católica, que con el paso de los años se fue desvaneciendo, al compás del desengaño y en la creencia de una redención de los oprimidos y en el triunfo de una justicia que nunca llegó para los más débiles. Entonces se hizo comunista, miembro del Partido Comunista de Venezuela, allí puso en consonancia con sus ideas marxista-leninistas, su vocación de servicio por la paz, la solidariedad y el amor por los que menos tienen. Pero, también allí sus desengaños fueron mayores. En una oportunidad escribió: “Salí del Partido Comunista no por haber renunciado a mis ideas, las practico, creó que esa es una actitud ante la vida. Mis diferencias son con hombres con quienes luché, con quienes había compartido sufrimientos, persecuciones de todo tipo y ahora han torcido el rumbo. Se hicieron sectarios, prepotentes e insensibles ante el sufrimiento de los más humildes (1). Una frase de gran actualidad, que conserva más que nunca su vigencia en nuestros días.
Ahora bien, no tratemos de adelantarnos al curso natural de esta reláfica. Ah…me olvidaba de decir algo muy importante en la vida de Arístides Bastidas, en Guama aprendió a tener amigos y a considerarlos como el equipaje más querido y de mayor valor que los hombres llevan a cuesta durante toda su existencia. En el pueblo conoció a dos futuros periodistas como él, de grata recordación en Venezuela, con los que inició una entrañable amistad: Francisco Camacho Barrios y Luis Miguel López Pinto, después se hizo amigo del pueblo entero.
En 1936 se trasladó a Caracas junto con sus padres e inició sus estudios de bachillerato en el Liceo Fermín Toro, pero este bachillerato debió ser interrumpido por los apremios económicos, el joven Arístides tuvo que trabajar para proveer a su existencia y ayudar a su familia. Después de realizar diversas actividades, inició su carrera de periodista en 1943 en “Ultimas Noticias” donde encontró un eficiente equipo de profesionales: Víctor Simone de Lima, Pedro Veroes, Kotepa Delgado y Vaughan Salaz Losada, entre muchos otros. Comenzó también allí mismo su actividad como dirigente sindical, que se caracterizó por un inmenso amor a su gremio, la cual culminó como fundador del Instituto de Previsión Social del Periodista y del Círculo de Periodismo Científico. Después pasó a El Nacional, con Miguel Otero Silva, Antonio Arraiz, Oscar Guaramato, Julio Barroeta Lara, Euro Fuenmayor, Ezequiel Díaz Silva y muchos más.
Recibió en 1949, el “Premio de Reportaje” otorgado por la Asociación Venezolana de Periodistas; en 1961, el “Premio Nacional de Periodismo” como mejor reportero del año; en 1968, el “Premio Nacional de Periodismo” como el mejor periodista de trayectoria profesional; en 1970, el “Premio de Periodismo Científico” otorgado por la Sociedad Interamericana de Prensa. Además, la Universidad Central de Venezuela lo distinguió con el título de profesor honoris causa de la Facultad de Humanidades.
Por su contribución al desarrollo del periodismo científico recibió el reconocimiento de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), la cual le otorgó el Premio Kalinga (París, 1982). La Universidad Católica Andrés Bello inauguró en 1991 la cátedra de periodismo científico que lleva su nombre. Así mismo, le fue otorgado el Premio Latinoamericano de Periodismo Científico “John Reitermeyer”. Pocos días antes de su muerte, se le hizo saber, un 23 septiembre de1992, que había sido premiado por la Universidad de Florencia con el “Premio Capire para un Futuro Creativo”, galardón que es concedido a personalidades de gran prestigio internacional que promueven esfuerzos en el campo de la educación para la creatividad.
Por su contribución al desarrollo del periodismo científico recibió el reconocimiento de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (Unesco), la cual le otorgó el Premio Kalinga (París, 1982). La Universidad Católica Andrés Bello inauguró en 1991 la cátedra de periodismo científico que lleva su nombre. Así mismo, le fue otorgado el Premio Latinoamericano de Periodismo Científico “John Reitermeyer”. Pocos días antes de su muerte, se le hizo saber, un 23 septiembre de1992, que había sido premiado por la Universidad de Florencia con el “Premio Capire para un Futuro Creativo”, galardón que es concedido a personalidades de gran prestigio internacional que promueven esfuerzos en el campo de la educación para la creatividad.
Pero, a modo de una opinión personal -permítaseme la indiscreción- no tengo ninguna duda en afirmar, que la distinción que el mismo apreció en sumo grado fue el reconocimiento de su pueblo natal: la “Casa de la Cultura de San Pablo”, su aldea como él amaba llamarla, tiene por nombre Arístides Bastida y el nuevo Municipio también lleva su nombre. ¿Por qué digo esto? A medida que Arístides Bastidas ocupó un sitio destacado en la actividad periodística de Venezuela y llegó a cobrar importancia internacional, él nunca se olvidó de sus raíces yaracuyanas, mientras pudo solía visitar todos los caseríos sembrados alrededor de San Pablo, esto es: Camunare, Guararute, Tartagal, La Gotera, Los Chucos y muchos más; y hay todavía otra razón, ningún periodista ha sido tan querido en el estado Yaracuy como Arístides Bastidas.
Logró publicar unos veinte libros, entre los que destacan como más conocidos: “El anhelo constante” (1982), “Biografía de Rafael Vegas", “La Ciencia Amena", “Aliados silenciosos del progreso", “El átomo y sus intimidades", “Científicos del mundo”, “Ciencia y tecnología, dos bienes sociales” y “La Tierra, morada de la vida y el hombre” y un extenso número de etcéteras.
Este hombre singular padeció de artritis, sufrió soriasis, diabetes, glaucoma, parálisis y muchas enfermedades más que solo conocen sus médicos, al final de su vida perdió casi por completo la vista, sus últimos días los pasó en una silla de ruedas y jamás perdió su sonrisa y su condición de persona afable. Aún durante sus enfermedades, siempre trató de continuar su existencia como un buen periodista y una persona útil, dictaba a sus colaboradores sus artículos y crónicas. Siempre se mantuvo fiel a sus enseñanzas y a su pasión por el trabajo: “A Dios gracias, estoy a salvo de la triste obsesión por el billete y de ese aún más triste desdén por el trabajo. Si me fuere dable un deseo, expresaría el de trabajar hasta el último minuto de mi vida” Y así fue. Cuando cesó el calor en el rescoldo de su existencia, sus anteojos quedaron sobre una cuartilla de trabajo, como testimonio silencioso de una vida dedicada al periodismo, en el mejor sentido que esta palabra puede tener como un oficio entre la gente decente.
Fotografías:
1. Arístides Bastidas, foto de presentación
2. Iglesia Parroquial de San Pablo, en el estado Yaracuy
3. Ateneo de San Pablo, un sitio para recordar que existe cultura en las aldeas
4. A sus inicios, como un obrero más en la Venezuela de los años 40
5. Arístides Bastidas en la UNESCO, París 1980, en ocasión de recibir el Premio Kalinga. Una dañada foto, la única que existe
6. Arístides Bastidas en un acto social, pocos días antes de su muerte
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