El "chalequeo", una práctica de exclusión escolar
Basil Macíasbmacias@el-carabobeno.com
Todos alguna vez hemos sido víctimas de burlas, vacilones o bromas por algo que hagamos o digamos en público. Siempre hay alguien que lo toma para ridiculizarnos ante los demás. Por lo general, esto ocurre en los centros educativos entre iguales o pares.
Pero, en los casos en los que estas bromas se convierten en chalequeo, lo que podría comenzar como un juego y hacerse costumbre, puede ser calificado como un hecho discriminatorio que vulnera los derechos humanos de nuestros niños, niñas y adolescentes.
Ana (12 años, 6º) delgada y espigada, es con frecuencia molestada por algunos niños en la escuela, llamándola jirafa y pecho de paloma.
Contó que un joven con quien comparte el transporte escolar, a diario era víctima de burlas por ser tímido y pelirrojo. "Un día David dejó de ir a clases, hasta que una de sus hermanas mayores esperó el transporte y nos pidió a todos que dejáramos de molestarlo, porque esa situación afectaba mucho a su hermano".
En una investigación realizada en planteles de Caracas por CECODAP, organización social venezolana que promueve y defiende los derechos de niños, niñas y adolescentes, junto a Save the Children Suecia, cuya misión es luchar por estos derechos en el mundo, se refiere a la molestia ante el chalequeo, al cual se le estarían atribuyendo graves situaciones de rechazo y exclusión escolar. Advierten que hay formas de discriminación públicas y evidentes, contra las cuales luchan las organizaciones nacionales e internacionales, legislaciones injustas y carentes de equidad o actitudes y conductas que promueven oficialmente la discriminación, pero no todas las formas de discriminación son visibles y ocurren en espacios públicos, tampoco todas ellas se pueden controlar fácilmente a través de una legislación ya que ocurren en contextos privados y reducidos y sólo se conocen o se puede intervenir en ellas, si se es parte de la comunidad donde ocurre la situación de discriminación.
Comentan que las personas chalequean para echar broma, por fastidiar, por aburrimiento o porque están "sin oficio", para llamar la atención y hacerse populares, porque están mal, con baja autoestima, reprimidos, por envidia, por devolver la agresión de manera civilizada (sin golpear), para no estudiar, por socializar, para relacionarse con los demás, para mejorar, disfrazar tristeza, por inmadurez.
También se presuponen condiciones personales al chalequeador, de autoestima baja y de proyección de sus propios defectos en el otro.
Llama la atención -indican- tanto en este punto como en otros, la interpretación del chalequeo como elemento de diversión para el 50% de los participantes en las encuestas, a pesar de los diversos elementos que indican claramente el nivel de agresión que contienen algunas bromas y las consecuencias que trae, que muestra la necesidad de problematizar los límites de la diversión y la broma y diferenciarla de la burla agresiva.
Violencia en el aula
Hay quienes piensan que este tipo de bromas o conductas entre niños, niñas y adolescentes es algo normal, que no debe ser motivo de preocupación, pero para nosotros como docentes, esto puede repercutir gravemente en quienes son en estos casos las víctimas, señala la profesora Omaira Medina, presidenta del Colegio de Profesores del Estado Carabobo.
En mis 27 años ejerciendo la docencia -dijo- he visto muchos casos de violencia en el aula, sobre todo verbal y psicológica, en lo que podríamos identificarlo como un chalequeo entre estudiantes, o hacia algún o algunos de ellos.
Medina recordó que desde los años 70, lo que hoy conocemos como violencia escolar, en aquellos tiempos eran simples "chalequeos", y hoy constituyen un problema de salud pública, ya que esto comienza con un hostigamiento en medio de las clases, a la hora del recreo, lo que termina convirtiéndose en un acoso, en una tortura que puede incluso influir en el rendimiento académico de la víctima o en la deserción escolar. Estos estudiantes se sienten obligados a permanecer en el aula, suelen no participar en clases, lo que consideran una especie de tortura, y no prestan atención al profesor.
"La situación de maltrato destruye lentamente la autoestima y la confianza en sí mismo del alumnado que lo sufre, hace que llegue a estados depresivos o de permanente ansiedad, provocando una más difícil adaptación social y un bajo rendimiento académico. (Ortega, 1994). "Se trata de una cuestión de derechos democráticos fundamentales por los que el alumnado se tiene que sentir a salvo en la escuela, lejos de la opresión y la humillación intencional repetida que implica el Bullying". (Olweus, 1999).
El rol del docente ante el acoso
Para la profesora Omaira Medina, el docente ante este tipo de violencia o acoso entre pares debe fomentar un clima de convivencia entre los compañeros, enseñarlos a ser solidarios, a respetar la opinión de los demás, "ya que esto es responsabilidad de toda la comunidad estudiantil y debe ser un fin educacional. "Pero lamentablemente debo reconocer que para muchos colegas es difícil aceptar que el fenómeno de la violencia en los salones se ha venido acrecentando, ante la ausencia de herramientas necesarias para afrontarlo. Y muchos lo detectan pero luego no saben qué hacer ante esta penosa realidad". ¿Qué deben hacer las instituciones educativas?
Informar al personal de la escuela la diferencia entre intimidación y tomaduras de pelo, la extensión de la intimidación entre los alumnos, las partes y los mecanismos psicológicos implicadas en este tipo de abuso de poder.
El chalequeo escolar es reflejo de la pérdida de valores en el país
6 jul
La violencia en los colegios no son solo puños, morados ni bocas rotas. Muchas veces las palabras hacen un trabajo más hiriente y silencioso entre los jóvenes estudiantes
Por María Angelina Castillo
V. ya no puede usar la cartera que le gusta. Tiene que llevar candado para evitar que sus compañeros de clase le destrocen los cuadernos antes de un examen de lapso. V. cursa octavo grado de educación y es una de las mejores estudiantes de su colegio; ha recibido varios reconocimientos por su esfuerzo. Pero lamentablemente, estos premios tienen anexadas sus pesadillas.
El lugar al que asiste todos los días para recibir la formación necesaria para desempeñarse como una profesional en el futuro ya no lo considera seguro. Cuenta que es como estar en una cárcel. V. por ser buena estudiante ha sido etiquetada de la “galla” y es víctima del acoso escolar, tanto verbal como físico; y como consecuencia de los robos o destrozos a trabajos y cuadernos durante las horas de recreo ha tenido que llevar un bolso con candado, puesto que las acciones tomadas en su colegio no son suficientes para asegurarle el resguardo que se merece dentro de la institución.
El acoso con uniforme de joven
Cuando una broma con el otro se convierte en crueldad, ya no son tantas las risas como el sufrimiento de los niños y adolescentes que día a día son víctimas de acoso escolar o bullying. La violencia en Venezuela ha traspasado las ventanas del discurso político y se ha sentado en los pupitres como uno más. Como una sombra penetrante que no distingue condición ni clase social y que es producto de una pérdida del respeto hacia el otro como compañero y una falta de reconocimiento de la autoridad.
El psicopedagogo y director del Centro Comunitario de Aprendizaje (Cecodap), Oscar Misle, define el acoso escolar o, conocido entre los estudiantes como chalequeo como “cualquier forma de agresión en la cual la persona, utilizando pretextos muy variados que no son definidos, agrede o violenta al otro para cumplir un fin, que puede ser consciente o inconsciente”. Agrega que es la necesidad de darle salida a una serie de sentimientos reprimidos: las rabias, los miedos y rencores a los que el adolescente no les encuentra solución. Esa es, entonces, su forma de relacionarse con otros. No es una conducta momentánea sino sistemática en la que la persona proyecta una inconformidad interna en el otro.
El enojo en cifras altas
Esta manifestación las reitera el investigador del Centro Gumilla, Jesús Machado, en unas cifras arrojadas tras una investigación realizada en localidades del área metropolitana, en la que se halló que el 70% de los estudiantes encuestados manifestó haber presenciado hechos violentos dentro del recinto escolar. Al indagar sobre las causas de los llamados hechos violentos, más de la mitad de los alumnos manifestó el haber peleado por enojo. Según Machado, este es un indicador de una ausencia de herramientas personales para manejar las emociones.
¿Pero qué sucede cuando en lugar de golpes lo que hay son la palabras que hieren? ¿Cuándo el chalequeo llega al punto de la discriminación, de la exclusión social?
Corazones llenos de apatía y desinterés
Judith Ramos, consejera del Consejo de Protección del Niño, Niña y Adolescente del municipio Los Salias, en el estado Miranda, explica que la actitud de acoso verbal sucede principalmente en las féminas, y que va desde apodos hasta palabras obscenas escritas en las paredes de los baños que atentan contra la reputación de las adolescentes y que generan como consecuencia el que no quieran asistir al colegio. “Recientemente tuvimos el caso de una joven que intentó suicidarse con raticida por unas acusaciones que le hacían en relación con su imagen”, agrega. Pero eso es algo de lo que casi no se habla.
Cuando se habla de una pérdida de respeto hacia el otro, hacia el que se sienta cerca, tiene diferentes implicaciones. Según Misle, la primera es un escaso respeto del adolescente para consigo mismo. “Si yo no me valoro, no me acepto, porque no me reconozco, no puedo respetar al otro. El 95% de los jóvenes con los que trabajamos tienen percepciones negativas hacia su persona.”
Este hecho va aunado a un desinterés y una apatía que se generan como consecuencia del atraso en el método empleado por los profesores para dar las clases. Un anacronismo con las nuevas tecnologías que estimulan diariamente a los adolescentes: las redes sociales, el celular, internet. Mientras por un lado tienen acceso a una información rápida, interesante, llena de efectos multimedia; por el otro se están sentando en los mismos pupitres de madera llenos de chicles viejos pegados por debajo y frente a un pizarrón de tiza y libros viejos que no representan ningún reto. Todo ello sumado a la situación de intolerancia social y política a la que está sometida la sociedad venezolana.
Cuando la diversidad no se tolera
Estos bajos niveles de tolerancia hacia el otro son vistos por la psicólogo del Consejo de Protección del Niño, Niña y Adolescente del municipio Los Salias, Rosa Enes, en el rechazo a la diversidad de un fenómeno como las tribus urbanas. “Son subgrupos que se forman. Se van atomizando, y entonces tienen sus propias costumbres, su propia música, su propia filosofía. Aquí en San Antonio tenemos los emo, góticos, graffiteros; y en menor medida los Visual Kei, una tribu japonesa que tienen la característica de ser andrógenos”. Aquí el acoso se relaciona también con una situación de autoestima y, como afirma la psicólogo, de reglas internas de las tribus. “Los emo suelen ser muy acosados. Esa es parte de su propia filosofía: nadie los quiere, nadie los toma en cuenta. Entonces ves en las páginas web de ellos mismos cosas como 50 formas de golpear a un emo”.
Pero V. no es emo; no es tampoco graffitera. Solo carga con la culpa de ser buena estudiante en un país en el que se han antojado por premiar la mediocridad y el amiguismo. Una sociedad en la que los propios gobernantes mandan constantes señales de anarquía como una excusa para exculparse de todos los errores, de la ineficiencia, de las más de 30 muertes de venezolanos durante los fines de semana.
V. cuenta que en un principio se sintió tan acosada que pensó en bajar sus notas, en salir mal en los exámenes para que la dejaran tranquila. Pero luego reflexionó, y con apoyo de sus padres y amigos decidió combatir el chalequeo con más éxito, y no dejarse arrastrar por lo que ella llama la envidia de sus compañeras, porque por el lado de la directiva de la institución no consiguió respuestas satisfactorias.
Docentes con miedo y sin autoridad
Para el presidente de Cecodap, quien lleva 25 años trabajando con adolescentes, el asunto de los profesores no es tan sencillo. El vínculo de convivencia que se rompe entre los muchachos cuando se agreden entre sí no lo vuelve a unir un docente que en su formación académica no fue preparado para eso, sino para garantizar la excelencia académica en situaciones socioemocionales distintas a las que se viven.
En este aspecto concuerda el investigador Jesús Machado: “No se les prepara para este tipo de situaciones de violencia porque se parte de una construcción social idílica de la escuela asociada a fines superiores, cosa totalmente disociada de la realidad”.
El miedo del profesor se presenta sólo cuando un hecho se le sale de las manos; sino también con la amenaza de una mal llamada “citación a la Lopna”. Misle explica que tal cosa no existe, y que se ha satanizado porque los adolescentes quieren tener más derechos que deberes, y en muchos casos se ven apoyados por sus padres. Sumado al hecho de que la violencia también les toca sus puertas, cauchos y ventanas, según datos obtenidos en el informe realizado por el Centro Gumilla.
No es la forma, es el fondo del problema
Esa sensación del maestro de no poder controlar un salón se ve reforzada cuando frente al acoso, las agresiones o hechos violentos, se intenta corregir la forma y no el fondo del problema. Frente a una situación de robo de un celular, explica Misle, la solución es: prohibir el uso de teléfonos en la institución. Esto lejos de contribuir con una mejoría, afinca aún más el dedo en la herida de la rabia y la falta de motivación. No solo se les quita espacio a los estudiantes; sino que además no se unen los vínculos sociales entre los afectados, malogrados por la falta de atención. Esto se suma a la existencia de favoritismos y tratos preferenciales por parte de docentes.
“Entonces, el respeto a aquel que tiene una formación, que tiene una función que cumplir, se deteriora porque el que tendría que dar el ejemplo muestra todo lo contrario. Entonces los chamos comienzan a hacer trampas para descubrir la incompetencia del profesor”, explica Misle y agrega que en la actualidad hay una confusión de los canales. “La persona no sabe cuándo ir a la fiscalía o a un consejo de protección, o cuando resolver las cosas en la dirección del colegio. Entonces esos referentes que me permitían definir las señales de tránsito de la vida no existen, y cada quien anda de manera anárquica.”
Una voz de madre
M. Gutiérrez, la madre de V. concuerda con las posturas de los investigadores acerca de la actitud de los profesores. Considera que se han quedado resignados frente a la situación que se les escapa, y asoma otra causa que podría ser la falta de vocación. Pero ella no se piensa quedar detenida al borde del camino, como decía el gran poeta Benedetti.
“Frente a esta situación me siento muy mal porque la institución no me da respuesta. Tienen las caras de agotamiento porque están terminando el año escolar. Entonces vamos a darles el beneficio de la duda. Pero si vuelve a suceder algo así, yo formalmente hago la denuncia.”
Consecuencias que no deberían pasar por debajo de la mesa
En el libro Violencia en los pupitres, publicado por la ONG Cecodap, aparece reseñado un cuadro en el que se comparan las consecuencias, por género, del chalequeo entre los adolescentes. En el caso de los varones, estas prácticas verbales conllevan a las peleas en el 46% de los casos, mientras que en las mujeres, solo se presenta un 27%. No obstante, la exclusión y rechazo puntean en las jóvenes con un 27%, mientras que solo se presenta en el 13% de las actitudes masculinas.
Con estos números se puede asomar el hecho de que esa rabia interna de los varones se libera en los puños; mientras que las mujeres suelen ser más emocionales. Hecho que quizá debería alarmar tanto como el anterior, dados posibles casos de suicidios, como el de la joven del raticia.
Proyección de un país
“Por culpa del chalequeo muchas personas no participan en clase”, se lee en una de las páginas de Violencia en los pupitres; a lo que sigue un testimonio:
Se sienten mal. Por lo menos yo, si todo el tiempo a mí me están chalequeando en el colegio yo no quiero ir al colegio, voy al colegio sin ganas y no le paro al profesor, no le hago caso a nada, lo que quiero es irme apenas estoy llegando (F. 16, Baruta)
Casos como éste se repiten a diario en los colegios venezolanos. Una de las maneras de contrarrestarlos en un país atacado por el miedo y la corrupción es mantener abiertos los canales de comunicación con los padres, docentes y amigos para no quedar en el vacío de la frustración.
V. no se resignó. Su madre cuenta que ha sido producto de los valores enseñados en casa y de mucho hablar con ella. V. tampoco está sola en el colegio; sus amigos les brindan palabras de aliento y apoyo. Pero quién sabe cuántas F. 16, Baruta estarán por allí sin la atención de sus padres. No se puede abandonar a los adolescentes a que aprendan modelos extraños, ni pretender que ellos se las arreglen solos.
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