Julio César Pineda || Brújula Internacional
Mirando al África
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Los recientes acontecimientos en Costa De Marfil nos obligan a mirar al África negra al sur del Sahara. Semanas anteriores estuvimos concentrados en África del norte con Túnez y Egipto y sus revoluciones bien dirigidas hacia la democracia, que dejaron de lado treinta años del Dictador Mubarak en el Cairo, veintitrés años del militar presidente Ben Alí en Túnez, y ahora el laberinto de Libia con los cuarenta y dos años de poder absoluto de Gadaffi.
Ahora con la guerra civil en Costa de Marfil, con los enfrentamientos entre las tropas del Presidente saliente Lourent Gbgabo, dictador que se niega a dejar el poder y las del Presidente electo democráticamente Alessane Ouattara, el pasado noviembre quien esta respaldado por la comunidad internacional. Los presidentes que pierden elecciones tendrán que irse irremediablemente aunque aleguen tener el respaldo de las fuerzas armadas y de los civiles militarizados con milicias irregulares. Hoy existe el principio de ingerencia frente a la soberanía absoluta que proclaman los dictadores para que nadie intervenga en su país. Lo hemos visto con Gadaffi y las decisiones de las Naciones Unidas para proteger a la sociedad civil y se ha ratificado con el apoyo al nuevo presidente Ouattara de Costa De Marfil. A Gbgabo como a Gadaffi lo han abandonado sus principales colaboradores y ministros, tarde o temprano la democracia se impondrá.
Con 22.000.000 de habitantes Costa de Marfil es el principal exportador de cacao del mundo, obtuvo su independencia de Francia en 1960 pero no ha logrado estabilizar su vida política y su desarrollo social. Después de la primavera democrática en el mundo árabe, también veremos cambios en toda el África.
El África, con sus 30 millones de kilómetros cuadrados y novecientos millones de habitantes, se une al Asia por el istmo de Suez y a Europa por el Mediterráneo. La Organización de la Unidad Africana, OUA, reúne cincuenta y cuatro Estados, presenta un balance positivo en el compromiso democrático del siglo XXI y en el sendero del desarrollo. Quedó atrás el colonialismo, el socialismo estatista de partido único, bajo el modelo soviético de las primeras revoluciones y se fortalece el compromiso democrático en lo interno, dentro de la integración continental.
En el 2006, la Cumbre China-África, facilitó el encuentro de cuarenta y ocho países en la búsqueda de una influencia de este país emergente en esa región, aún cuando la inversión fundamental asiática se dirige a los países petroleros Nigeria, Sudán, Angola y Congo. Gran Bretaña y Francia no han querido perder su presencia con permanentes cumbres, tanto en el Common Wealth, como en la francofonía.
Washington incrementa sus inversiones y abre nuevos mercados por el nuevo recurso petrolero africano, lo que explica la gran inversión en África Occidental y Angola, además de su interés en Argelia y Libia. Venezuela, en los últimos años ha abierto numerosas embajadas en ese continente, pero esta iniciativa debe ir acompañada con proyectos y programas definidos.
La comunidad internacional ha sido ajena a los grandes cambios del África e indiferente a los ataques en Sudán y Somalia, aunque últimamente se le ha dado especial atención al genocidio de Darfur, donde cada mes mueren diez mil personas. Ahora con la crisis de Costa De Marfil de nuevo miramos al continente africano.
La diplomacia latinoamericana, más allá de la tradicional relación con Estados Unidos y la Unión Europea debe mirar al África, así como lo hacen las grandes potencias, sólo Brasil y México en nuestra región, han entendido la importancia de los vínculos con este Continente.
Después de Chávez la nueva diplomacia venezolana profundizara sus lazos con todo este continente africano no solo en lo político, sino también en lo económico y en lo social, porque nuestra raza mestiza también esta la sangre y la historia del África, como África somos productores de materia prima, queremos un mejor desarrollo y una mejor democracia, siempre en el imperativo de la justicia y la libertad en permanente síntesis, mas allá del capitalismo y del socialismo, en una tercera vía.
Diego Bautista Urbaneja || La vida de la rebeldía
dburbaneja@gmail.com
En definitiva, la estrategia de fondo de Hugo Chávez es dejar al país sin aliento. Debilitarlo hasta tal punto que pierda la capacidad de resistírsele y de derrotarlo. Chuparle energía, para poder ejercer su poder omnímodo sobre ese cuerpo exánime. Dejarlo tan sin ánimo que no tenga siquiera suficiente vida para morir, como dijo alguna vez algún filósofo, hablando de un moribundo.
Para ello lo somete a todo tipo de golpes y señuelos. Observemos la más reciente combinación. Ley de Arrendamientos, reforma de la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas, decisión sobre la instrucción militar por parte de las milicias en todos los institutos educativos del país. Con una medida halaga necesidades populares, con la otra desorganiza a la Fuerza Armada, con la tercera angustia e indigna el país, que no deja de pensar en las tres juntas. En términos boxísticos, golpe a la línea media, luego arriba, luego a las costillas.
Lo que en la opinión pública se ha hecho costumbre llamar los "trapos rojos", las "cortinas de humo" que se la pasa Chávez agitando o tirando, vienen a ser instrumentos de cansancio. Su tarea verdadera no es, como sugiere la imagen mencionada, distraer de lo que llaman "los verdaderos problemas del país", pues normalmente el supuesto trapo rojo también se refiere a un verdadero problema del país. La tarea verdadera es fatigar, agotar, perforar la voluntad de lucha.
Pero el efecto ha sido el contrario. Tanto zarandear al país con arbitrariedades y disparates de todas las escalas y materias, tanto darle en la cara bofetadas para demostrarle su impotencia y escupirle que está indefenso, sin leyes ni jueces ni instituciones que defiendan, protejan, castiguen, ha tenido el efecto contrario al que buscaba. Se pensaba que ese cuerpo maltratado terminaría por rendirse. Pero no ha sido así. Lo que ha ocurrido es que la voluntad de luchar y triunfar ha pasado a ser un elemento constante de la psicología nacional. Un reflejo a prueba de todo. Es como una turbina que no deja de resonar sordamente. Siempre está prendida, entre otras cosas precisamente porque Chávez no le da descanso. Lo único seguro que existe hoy en día en Venezuela es que no hay nada negativo que Chávez haga que el país tolere en silencio.
El país no deja de reaccionar nunca. Ya es una rutina. A veces lo hacen unos sectores, a veces otros. En ocasiones se reacciona indignadamente, otras con más serenidad, o de una y otra forma a la vez, unos de una manera, otros de otra. Incluso se produce el reproche de los más indignados o sonoros hacia los que lo son menos, cuando la verdad es que todas las formas juegan su papel.
Esto ha llegado a ser tan así que a veces parece que lo que cunde es el conformismo. El rechazo hecho costumbre pierde su dramatismo y se convierte en un dato de la vida cotidiana. De ahí que las explosiones de indignación tienden a ser pasajeras y son reemplazadas por una búsqueda menos ruidosa. Esa rebeldía más tranquila es la más temible de todas. El país que no acepta lo que Chávez significa no deja de "josear", como se dice en beisbol. Busca y busca como un topo la salida, la fórmula que le permita derrotar este intento de aplastar a la nación.
Se van logrando cosas, se van encontrando caminos, se van descubriendo acciones exitosas. Se logra una votación mayoritaria en las elecciones de septiembre, producto de un trabajo lento, arduo, difícil. Se da con un mecanismo de presión ante la que el gobierno tiene que retroceder, como el que han puesto en práctica los estudiantes. Se encuentra la energía para amenazar con movilizaciones masivas, como la que obligó al gobierno a claudicar en el caso de Rubén González.
Es en ese estado de rebeldía estable, constante, hecho vida cotidiana, normalizado, que se plantea el gran desafío de las elecciones presidenciales. Sobre esa base se teje el accionar político dirigido a obtener la victoria democrática. Los políticos de oficio entran a ejercer su especialidad, bajo la mirada crítica, impaciente, de la colectividad que bulle, a la cual es imperativo responder de alguna manera. Es el conjunto de tira y afloja, de críticas y opiniones, que vemos diariamente en los medios de comunicación.
Pero a ese cuerpo social al que Chávez quisiera ver casi sin vida, le llegan diariamente grandes cantidades de tranquila energía, insufladas en buena parte por la incansable ofensa que desde las alturas se le inflige al sentido de su propia dignidad.
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