II) París era una
fiesta.
Los años parisinos
de Uslar van a ser motivo de exaltación permanente en el momento en que el
autor hace el recuento de su vida. No es para menos, el mundo le abre sus
puertas, es la primera vez que sale de Venezuela, cuenta 23 años, y todas las
ganas de hacerse un escritor. Al no más llegar a la capital de Francia asiste a
las tertulias que presidía Ramón Gómez de la Serna, y en ellas conoce a
quienes van a ser sus amigos más cercanos, en su experiencia europea: Miguel
Angel Asturias y Alejo Carpentier, pero también conoce a Rafael Alberti, Luis
Buñuel, Salvador Dalí, Luis Cardoza y Aragón, Robert Desnos, André Breton,
Curzio Malaparte, Paul Valery, Jean Cassou, este último va a ser el traductor
de su primera novela al francés, todos ellos personajes de aquel París mítico
de los años veinte y treinta.
Me fui a París el año 29 y me quedé,
afortunadamente para mí, 4 años y pico, que fueron muy importantes , descubrí
el mundo, salí de una Venezuela muy atrasada, aislada, muy ignorante, y me
soltaron en medio de aquella fiesta, como decía Hemingway. Una fiesta en una
época muy rica, eso que llaman la Europa de entreguerras, la época del
surrealismo, de la revolución rusa, una época muy fecunda, llena de innovación,
de motivaciones, fue el momento en que aparece Sartre.
El viaje fue épico. El barco salía de
La Guaira y tocaba en Carúpano, luego en Trinidad, Barbados, Martinica, allí
cargaba carbón y el vapor se llenaba de polvo, luego Guadalupe, hasta que
finalmente llegaba a Le Havre, 12 días después. En aquellos barcos, que se
movían mucho, se leía, también había una orquestica y la gente bailaba. Otros,
como el Colombie, en el que regresé
casi cinco años después, tenía una piscina.
¿Allá surgió la
idea de escribir “Las lanzas coloradas”?
Yo siempre he sido muy venezolano, y
me preocupaba la llegada de 1930, que era el año del Centenario de la muerte de
Bolívar, y me preocupaba qué íbamos a hacer los jóvenes venezolanos con ese
centenario. Entonces le escribí a Rafael Rivero, que se ocupaba de cine, a ver
si hacíamos una película. En aquellos días yo había visto una película que me
había impresionado mucho, de un autor ruso, que se llamaba “Tempestad en Asia”,
y entonces pensé que podríamos hacer algo parecido, una película sin
protagonista, como una rememoración o como el descubrimiento de nuestra
civilización. Pero aquellos sueños no terminaron en nada y, bueno, el guión que
era Las Lanzas coloradas se convirtió en una novela.
No es poca cosa
¿no?
La escribí en tres meses
¿En esos tres meses
no hizo otra cosa?
Sí, trabajaba en la Delegación venezolana con César
Zumeta: un hombre muy fino, con quien tuve estupendas relaciones. Le servía de
secretario, él me dictaba cartas y otros documentos. Conocía a fondo la
historia de Venezuela.
Después de aquella
primavera en que escribe su primera novela, viaja a Italia, y al año siguiente
hace un alto en sus labores y viaja a España: busca un editor para su primer
fruto novelístico. Lo consigue (Editorial Zeus, Madrid) y el éxito es
inmediato: se pone en marcha el mecanismo de la traducción, y en años
siguientes salen a la calle las versiones francesa y alemana. Se detiene, el mismo
año, con su amigo Asturias, enfrente de las pirámides de Giza, en Egipto. Su
vida parisina sigue en marcha, pero ya no es un autor inédito, y por el
contrario, el aprecio de los hispanoamericanos residentes en París va en
ascenso.
De su novela, en 1970,
Asturias escribe un prólogo, entonces recuerda sus años parisinos: “Medio siglo
ha pasado. Montparnasse… Otro Montparnasse. El “Falstaff”. Aún queda. Está como
entonces. Un café-bar-rincón entre holandés y noruego, propio para que la
figura de nórdico de este joven escritor venezolano, alto como escalera, de
modales medidos, diera lengua suelta a su creación novelística, leyendo para
algunos amigos “Las lanzas coloradas”, novela con claves para la interpretación
de nuestra realidad americana. Esta, desde entonces, nuestra preocupación de
novelistas: lo americano-nuestro. Andando y hablando. Así teníamos que hacerlo,
de paso y con nuestras palabras. Fábula y epopeya. Descubrirnos nosotros, en
medio de la más demoledora revolución literaria de los últimos tiempos -el
surrealisme-, apresuradamente, para salvarnos con lo propio, con lo nuestro.”
Años después, el
propio Uslar rememora sus tiempos parisinos, en una crónica de viaje signada
por la nostalgia. Va de visita a la ciudad que le abrió las puertas, dice:
“Hace veinte años yo era muy joven y vivía en París. Estaba entregado a esa
ciudad como una fascinación mágica. Su color, su olor, las formas de su vida,
me parecían el solo color, el solo olor y las únicas formas de vida apetecibles
y dignas de un hombre verdaderamente culto. A veces me ocurría soñar que me
había marchado, y me despertaba, en mitad de la noche, con el sobresalto de una
pesadilla. Cuando salía a un corto viaje, el regreso me parecía una maravillosa
fiesta.” En la misma crónica, más adelante, sentencia: “La gente que se da a
París no sólo lo sienten como el centro del mundo, sino , además, como si todo
el mundo válido estuviera resumido y puesto en él… No sólo sienten que han
recibido todo lo más deseable para el hombre en su mejor forma, sino que,
además, siente la ilusión de no haber renunciado a nada.” Años después aquel
joven regresa a vivir a la ciudad imantada, pero ya lo hace como Embajador de
Venezuela ante la UNESCO y cuenta con casi setenta años, habrían pasado,
entonces, cincuenta de su primera estadía.
La primera, la del
joven funcionario diplomático, concluye en enero de 1934, cuando la
notificación del fin de su gestión en Francia ha llegado a la sede de la
embajada. Emprende, entonces, su primera vuelta a la patria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario