Razón del nombre del blog

Razón del nombre del blog
El por qué del título de este blog . Según Gregorio Magno, San Benito se encontraba cada año con su hermana Escolástica. Al caer la noche, volvía a su monasterio. Esta vez, su hermana insistió en que se quedara con ella,y él se negó. Ella oró con lágrimas, y Dios la escuchó. Se desató un aguacero tan violento que nadie pudo salir afuera. A regañadientes, Benito se quedó. Asi la mujer fue más poderosa que el varón, ya que, "Dios es amor" (1Juan 4,16),y pudo más porque amó más” (Lucas 7,47).San Benito y Santa Escolástica cenando en el momento que se da el milagro que narra el Papa Gregorio Magno. Fresco en el Monasterio "Santo Speco" en Subiaco" (Italia)

lunes, 16 de julio de 2012

Para desenmascarar una falsedad no es insultando a Milagros Socorro como han hecho los chavistas sino publicando la verdad que dijo Arturo Uslar Pietri (II)


II) París era una fiesta.
Los años parisinos de Uslar van a ser motivo de exaltación permanente en el momento en que el autor hace el recuento de su vida. No es para menos, el mundo le abre sus puertas, es la primera vez que sale de Venezuela, cuenta 23 años, y todas las ganas de hacerse un escritor. Al no más llegar a la capital de Francia asiste a las tertulias que presidía  Ramón Gómez de la Serna, y en ellas conoce a quienes van a ser sus amigos más cercanos, en su experiencia europea: Miguel Angel Asturias y Alejo Carpentier, pero también conoce a Rafael Alberti, Luis Buñuel, Salvador Dalí, Luis Cardoza y Aragón, Robert Desnos, André Breton, Curzio Malaparte, Paul Valery, Jean Cassou, este último va a ser el traductor de su primera novela al francés, todos ellos personajes de aquel París mítico de los años veinte y treinta.
Me fui a  París el año 29 y me quedé, afortunadamente para mí, 4 años y pico, que fueron muy importantes , descubrí el mundo, salí de una Venezuela muy atrasada, aislada, muy ignorante, y me soltaron en medio de aquella fiesta, como decía Hemingway. Una fiesta en una época muy rica, eso que llaman la Europa de entreguerras, la época del surrealismo, de la revolución rusa, una época muy fecunda, llena de innovación, de motivaciones, fue el momento en que aparece Sartre.
El viaje fue épico. El barco salía de La Guaira y tocaba en Carúpano, luego en Trinidad, Barbados, Martinica, allí cargaba carbón y el vapor se llenaba de polvo, luego Guadalupe, hasta que finalmente llegaba a Le Havre, 12 días después. En aquellos barcos, que se movían mucho, se leía, también había una orquestica y la gente bailaba. Otros, como el Colombie, en el que regresé casi cinco años después, tenía una piscina.
¿Allá surgió la idea de escribir “Las lanzas coloradas”?
Yo siempre he sido muy venezolano, y me preocupaba la llegada de 1930, que era el año del Centenario de la muerte de Bolívar, y me preocupaba qué íbamos a hacer los jóvenes venezolanos con ese centenario. Entonces le escribí a Rafael Rivero, que se ocupaba de cine, a ver si hacíamos una película. En aquellos días yo había visto una película que me había impresionado mucho, de un autor ruso, que se llamaba “Tempestad en Asia”, y entonces pensé que podríamos hacer algo parecido, una película sin protagonista, como una rememoración o como el descubrimiento de nuestra civilización. Pero aquellos sueños no terminaron en nada y, bueno, el guión que era Las Lanzas coloradas se convirtió en una novela.
No es poca cosa ¿no?
La escribí en tres meses
¿En esos tres meses no hizo otra cosa?
Sí, trabajaba en la Delegación venezolana con César Zumeta: un hombre muy fino, con quien tuve estupendas relaciones. Le servía de secretario, él me dictaba cartas y otros documentos. Conocía a fondo la historia de Venezuela.
Después de aquella primavera en que escribe su primera novela, viaja a Italia, y al año siguiente hace un alto en sus labores y viaja a España: busca un editor para su primer fruto novelístico. Lo consigue (Editorial Zeus, Madrid) y el éxito es inmediato: se pone en marcha el mecanismo de la traducción, y en años siguientes salen a la calle las versiones francesa y alemana. Se detiene, el mismo año, con su amigo Asturias, enfrente de las pirámides de Giza, en Egipto. Su vida parisina sigue en marcha, pero ya no es un autor inédito, y por el contrario, el aprecio de los hispanoamericanos residentes en París va en ascenso.
De su novela, en 1970, Asturias escribe un prólogo, entonces recuerda sus años parisinos: “Medio siglo ha pasado. Montparnasse… Otro Montparnasse. El “Falstaff”. Aún queda. Está como entonces. Un café-bar-rincón entre holandés y noruego, propio para que la figura de nórdico de este joven escritor venezolano, alto como escalera, de modales medidos, diera lengua suelta a su creación novelística, leyendo para algunos amigos “Las lanzas coloradas”, novela con claves para la interpretación de nuestra realidad americana. Esta, desde entonces, nuestra preocupación de novelistas: lo americano-nuestro. Andando y hablando. Así teníamos que hacerlo, de paso y con nuestras palabras. Fábula y epopeya. Descubrirnos nosotros, en medio de la más demoledora revolución literaria de los últimos tiempos -el surrealisme-, apresuradamente, para salvarnos con lo propio, con lo nuestro.”
Años después, el propio Uslar rememora sus tiempos parisinos, en una crónica de viaje signada por la nostalgia. Va de visita a la ciudad que le abrió las puertas, dice: “Hace veinte años yo era muy joven y vivía en París. Estaba entregado a esa ciudad como una fascinación mágica. Su color, su olor, las formas de su vida, me parecían el solo color, el solo olor y las únicas formas de vida apetecibles y dignas de un hombre verdaderamente culto. A veces me ocurría soñar que me había marchado, y me despertaba, en mitad de la noche, con el sobresalto de una pesadilla. Cuando salía a un corto viaje, el regreso me parecía una maravillosa fiesta.” En la misma crónica, más adelante, sentencia: “La gente que se da a París no sólo lo sienten como el centro del mundo, sino , además, como si todo el mundo válido estuviera resumido y puesto en él… No sólo sienten que han recibido todo lo más deseable para el hombre en su mejor forma, sino que, además, siente la ilusión de no haber renunciado a nada.” Años después aquel joven regresa a vivir a la ciudad imantada, pero ya lo hace como Embajador de Venezuela ante la UNESCO y cuenta con casi setenta años, habrían pasado, entonces, cincuenta de su primera estadía.
La primera, la del joven funcionario diplomático, concluye en enero de 1934, cuando la notificación del fin de su gestión en Francia ha llegado a la sede de la embajada. Emprende, entonces, su primera vuelta a la patria.

No hay comentarios: