Arturo Uslar Pietri: ajuste de cuentas
A continuación publicamos, por
primera vez en digital, la última entrevista que concediera el escritor e
intelectual venezolano Arturo Uslar Pietri. Rafael Arráiz Lucca sostuvo una
serie de encuentros con Uslar durante los años 2000 y 2001 para la realización
de este trabajo, que se considera un documento invalorable para el
entendimiento de la obra y vida de Uslar Pietri.
Por Rafael Arráiz
Lucca | 26 de Febrero, 2010
La cuadrícula
urbana caraqueña comenzó a ser desbordada hacia finales del siglo XIX. Aquel
trazado típico de la obra colonizadora española en América se desdibujó por el
efecto de la urbanización de las haciendas de la periferia. Uno de los primeros
trazados urbanísticos hacia el este de la ciudad fue el de la urbanización La
Florida, hacia la tercera década de la presente centuria. Allí queda la casa de
Arturo Uslar Pietri: una edificación característica del tiempo en que fue
levantada, bajo las pautas de diseño arquitectónico de Carlos Raúl Villanueva.
La mayor parte de
su existencia ha transcurrido en esta residencia. El largo período de su vida
matrimonial con Isabel Braun Kerdel y el nacimiento de sus dos hijos, Arturo y
Federico, encuentran marco entre las paredes de este espacio austero. El centro
del inmueble, quién lo duda, está en la biblioteca. Dos rectángulos tapizados
por estantes de madera, que construyó el padre ebanista de su amigo el escultor
Francisco Narváez, constituyen el epicentro de la vida de un hogar que se
distingue por su sobriedad. Apenas tres imágenes saludan entre la vivacidad de
los libros: una miniatura de Bolívar, pintada por Espinoza, que le regaló su
primo hermano y amigo entrañable, Alfredo Boulton, y dos fotografías de enorme
poder simbólico en su vida: una con el presidente Isaías Medina Angarita, en el
momento en que firma el acta como Secretario de la Presidencia, y otra con
Jorge Luis Borges,cuando el maestro argentino estuvo de visita en Caracas, en
1982. Uslar y dos personajes centrales de sus dos devociones: la política y la
literatura.
Para llegar a la
biblioteca se atraviesa el comedor. Allí, sobre una mesa, reposa el premio
Príncipe de Asturias que el escritor recibiera de manos de Don Felipe de Borbón
en 1990. Una talla de madera oscura de Narváez dialoga, desde la pared, con la
madera clara de los muebles escandinavos del comedor. Antes una suerte de
recibo, columna vertebral que distribuye, nos espera una vez que hemos
franqueado la puerta. Los mosaicos del piso, rojos y con pequeñas ilustraciones
como medievales, me remiten al tiempo en que en Caracas se hacían este tipo de
piezas. En el jardín un pastor alemán expresa su poder amenazante ladrando, una
vez que un portón negro, encuadrado en una pared cubierta de hiedra, se ha
abierto para nosotros. Desde hace
casi veinte años vengo a conversar con el doctor Uslar con alguna frecuencia,
pero sólo ahora hemos decidido de mutuo acuerdo grabar unas cuantas horas de
diálogo. El preludio de estos diálogos está en una entrevista que sostuvimos
con motivo de su 80 años, momento en el que el país entero se dispuso a
celebrar su vida y su obra, incluso sus adversarios históricos
participaron entonces del homenaje. El escritor ha cumplido 94 años y se anima
a hacer un recuento de sus avatares, y a volver sobre sus obsesiones temáticas.
Corren los meses finales del 2000: vamos del calor bochornoso de agosto al
reconfortante fresco decembrino. El cielo se va despejando.
I) La estirpe
familiar, los primeros años.
El 16 de mayo de
1906 nace en Caracas el hijo de Arturo Uslar Santamaría y de Helena Pietri
Paúl. El primer Uslar en llegar a Venezuela fue Johann von Uslar, nacido en
Lockum (Hannover), en 1779. Servía en el ejército inglés y, por tal motivo en
1819, se embarca hacia Venezuela a luchar contra los españoles. Aquí llega al
frente de un contingente de 36 oficiales y cerca de 300 soldados que lo
conducen hasta la cúspide de la victoria patriota: la Batalla de Carabobo.
Una vez concluida
la guerra se establece en Valencia, donde contrae matrimonio con María de los
Dolores Hernández. De ambos desciende el también general Federico Uslar
Hernández, a quien sabemos partidario de la causa liberal de Guzmán Blanco, de
quien fue condiscípulo. Federico fue el padre de Arturo Uslar Santamaría, quien
también abrazó la carrera de las armas y alcanzó el grado de coronel, en el
ejército gomecista.
Por la rama de los
Pietri los puntos de llegada a Venezuela, como se sabe, son Carúpano y Río
Caribe: puertos por los que desembarcó la gran inmigración corsa de principios
del siglo XIX. Su abuelo fue el médico y general Juan Pietri, quien llegó a
desempeñar altísimos cargos en el aparato del Estado de su tiempo. De sus
antepasados, Uslar Pietri conserva un lejano recuerdo.
Por el lado paterno, Juan Uslar, que era un alemán,
hannoveriano, que se había educado en Inglaterra, había ido con Wellington a
España y, por unas razones difíciles de explicar, resolvió organizar una
expedición en Alemania y se vino con dos barcos y con una cantidad de voluntarios
a Margarita, a sumarse a la independencia de Venezuela.
¿Es su bisabuelo?
Sí, el primer Uslar en Venezuela.
¿Conoció a sus
abuelos?
Conocí a algunos de ellos, a don Federico Uslar, mi
abuelo paterno, cuando él murió yo tendría 4 años. Pero a mi abuelo materno, el
doctor y general Juan Pietri, lo conocí más. El murió siendo del Consejo de
Gobierno y fue una figura política y militar muy curiosa. Cuando murió yo
tendría 6 años.
Recuerdo que iba con mi madre a saludarlo con mucha
frecuencia. Lo veo sentado en el corredor de la casa leyendo el periódico con
un gorrito en la cabeza, un gorrito de esos bordados. Tenía una barba y al
entrar yo siempre le decía “Bendición gran Papá”.
Aquel 16 de mayo es
esperado en una casa caraqueña que quedaba entre las esquinas de Romualda y
Manduca.
Hasta hace poco existía. Cuando fui director de El
Nacional hice que la retrataran para guardarla, por ahí tengo un juego de
fotografías, no sé cómo está ahora, no sé si la tumbaron o no.
Después de Manduca
viene Ferrenquín.
Eso de darle nombre a las esquinas es cosa de
Caracas, en el interior no es así. Es una herencia colonial, eso vino de un
obispo que hubo aquí, muy religioso, que resolvió para poder rendir mayor culto
a los santos, dedicarle cada esquina a uno distinto.
En 1912 es inscrito
en la Escuela Unitaria que dirige Alejandro Alvarado, en su ciudad natal, pero
al año siguiente lo cambian para el colegio de los padres franceses, bajo la
égida del padre Benjamín Honoré. En 1916 su padre es nombrado Jefe Civil de Cagua
y la familia se traslada a vivir a Maracay. Allí culmina la escuela primaria en
la escuela municipal Felipe Guevara Rojas. Luego es inscrito en el bachillerato
en el Colegio Federal de Varones, en la misma ciudad.
Hice lo mejor que pude y tuve suerte de conseguirme
algunos maestros muy buenos en Maracay, entre ellos el bachiller Rodríguez
López, que era un hombre muy valioso, que me enseñó mucho sobre el conocimiento
de la naturaleza.
En ese entonces
Maracay era un pueblo.
Era un pueblo que tenía 4 mil habitantes, pero
tenía unas casas grandes, muy buenas, porque Maracay tradicionalmente ha sido
una ciudad preferida por los caudillos, a Páez le gustaba mucho Maracay y a
Gómez, desde luego.
Es que el sitio es
muy bonito. Esos valles son preciosos.
Es muy bonito. Pero ahí está La Victoria que era
más ciudad, y sin embargo, la gente prefería a Maracay.
De su infancia en
Maracay nos llega la anécdota de su primer encuentro con el general Gómez.
Yo iba para la escuela a las 2 de la tarde, iba con
alguno de los compañeros repasando la lección, y cogí la acera de la casa del
general Gómez y venía absorbido en mis cosas y de repente sentí que iba a
tropezar con alguien y era el general Gómez, que venía caminando con un policía
por toda guardia.
¿Venía con uno de
esos trajes raros que él usaba?
Sí, él se vestía de un modo muy caprichoso. Usaba
unas botas sueltas de cuero muy fino hasta las rodillas. No usaba, salvo en
actos oficiales, gorra militar. Usaba generalmente un panamá y una guerrera que
no era regular tampoco, porque no usaba correaje, lo que se ponía era la
presilla de general en Jefe y usaba unas blusas de tela de seda.
Probablemente
Tarazona iba con él ese día.
No, Tarazona no salía con él como edecán, Tarazona
le servía en la mesa, fue su asistente desde la época de las campañas, un
hombre de su absoluta confianza, claro.
Era un indio ¿no?
Creo que era más negro que indio. En
esa casa del general Gómez en Maracay él tenía cosas muy valiosas, pero todo
eso desapareció. Recuerdo que tenía un cuadro, de no sé cuál pintor venezolano,
en el que estaban los hombres de la revolución libertadora, entre ellos estaba
mi abuelo. También recuerdo que tenía una copa de oro grande, muy bonita, que
se la regaló una compañía petrolera, sobre un escritorio en un
rincón, desde donde despachaba.
A mi me contaba Rubén González, que fue su Ministro
del Interior, que un día en que fue a darle cuenta allí donde estaba el
escritorio, en una mesita al lado vio un folletico que el propio González había
publicado años antes, se llamaba “El gañán de la Mulera”. Entonces, cuando
González entró y vio el folletico, Gómez le dijo: “Alguien que no es amigo suyo
lo trajo, pero no se preocupe doctor, eso lo escribió usted cuando no éramos
amigos, ahora somos amigos y eso ya no importa.”
En aquella infancia
maracayera nació su amistad con un hijo del general Gómez, Florencio, y la
consecuente cercanía doméstica con el general, además de que su padre trabajaba
a su servicio.
Yo fui amigo desde niño de Florencio Gómez y el
pobre negro Gómez murió un día en Caracas, era una excelente persona. Tuvimos
una amistad toda la vida y eso me permitió ver unos aspectos muy interesantes
de lo que era la vida de Gómez. A veces este se iba de Maracay a El Trompillo,
a Güigüe, cuando le compró esas haciendas a Pimentel. Y entonces Florencio se
empeñaba en que me fuera con ellos y a veces lo hacía, de modo que pasé muchos
días en la misma casa del general y me sentaba en la misma mesa.
¿Era de buen comer
el general Gómez?
Como no, pero le gustaba la comida muy tradicional,
hervidos y cosas de esas.
Y hablaba poco.
No, a veces estaba muy hablachento, a veces se
ponía a recordar, sobre todo cuando estaba allí Tobías Uribe, que fue su
compañero de infancia.
¿En qué se iban
hasta El Trompillo?
En un carrito, por carreteras que estaban
parcialmente pavimentadas. En esa ruta conocí Magdaleno, una aldeíta que sale
en “Las lanzas coloradas”. A veces el general Gómez comentaba la impresión que
le produjeron los primeros negros que vio, cuando salió del Táchira, en esa
época en el Táchira no había negros.
¿Alguna vez oyó al
general Gómez hablar de Castro?
No
Los años de la
infancia y la adolescencia, que suelen ser los de la primera formación,
fundamentales, transcurrieron, como vemos, en Maracay. De esos días, la opinión
que hoy en día formula nuestro autor no es la más condescendiente.
Mi formación fue muy pobre. Crecí en una aldea. Mi
primera apertura al mundo fue cuando fui a Francia en el año 1929, cuando pude
quedarme allá a lo largo de 4 años. La mayor parte de mi formación tuvo lugar
en colegios públicos de poco vuelo, y no fui un estudiante brillante, no, nunca
lo fui.
¿Algún maestro,
además del bachiller Rodríguez López en la ciencia, le enseñó el camino de la
literatura?
No, en verdad, mi educación fue muy mala, muy
falla, toda en colegios públicos.
¿De modo que usted
se educó a sí mismo?
Bueno sí, gracias a la vida y la curiosidad, por mi
cuenta.
Pero el joven Uslar
no va a terminar el bachillerato en Maracay. Primero pasa seis meses estudiando
en Valencia, en el colegio salesiano, interno, y luego se muda a Los Teques,
con su familia, en 1923, y estudia en el Colegio San José.
Yo viví en Los Teques un tiempo, porque sufrí un
paludismo pernicioso que me iba matando, y el médico recomendó aquel clima. Mis
padres se mudaron para allá. Tuve una gran suerte: mi padre y mi madre se
ocuparon mucho de mí, fueron excelentes conmigo.
¿Usted tuvo un
hermano menor, no es cierto?
Sí, Juan, 19 años menos que yo, ya murió.
De modo que usted
creció como hijo único.
La verdad es que sí, evidentemente, y eso me obligó
a cierta soledad, a vivir mucho tiempo solo.
En 1924, a los
dieciocho años, el joven Uslar presenta su tesis para optar al título de
bachiller, se titula: “Todo es subjetividad”. El mismo año es admitido en la
Universidad Central de Venezuela para seguir estudios de Derecho. Comienza su vida adulta en Caracas, en la soledad de las
pensiones, ya que sus padres regresan de Los Teques a Maracay.
Cuando entré en la universidad mis padres
permanecían en Maracay, y yo vivía aquí en casa de pensión. De entonces
recuerdo que en la misma casa vivía el cabezón Guruceaga. Para un hombre de su
edad, Rafael, es muy difícil comprender la pobreza, el aislamiento, la
ignorancia, la precariedad y la limitación de lo que era la vida venezolana
hasta la muerte de Gómez. Era una cosa terrible lo que había aquí, era muy
inhóspito el ambiente. En esa época nos reuníamos mucho en la Tipografía
Vargas, la imprenta, precisamente, de Guruceaga. El cabezón, como se le decía,
era un alma de Dios, un excelente amigo, y nos sirvió a todos de apoyo, de
ayuda, yo, que fuí de los primeros que publicó un libro, lo logré en parte
porque mi padre me ayudó y en parte por las facilidades que Guruceaga me dio.
Los años
universitarios del joven Uslar, entre 1924 y 1929, obviamente, serán
fundamentales para la historia política y literaria de la Venezuela del siglo
XX. Ya entonces Uslar colabora con frecuencia en la revista Elite, mientras
se desempeña como escribiente en el Juzgado de Primera Instancia en lo Civil
del Distrito Federal.
En 1928 va a fundar
la revista de la vanguardia literaria venezolana “Válvula”, publicación de un
solo número, y entregará su primer libro de cuentos: Barrabás y otros
relatos. Pero así como sus compañeros de generación lo encuentran en
primera fila en lo literario, no ocurre lo mismo en política. Mientras la
mayoría enfrenta a Gómez, Uslar hace silencio. En varias oportunidades ha
ventilado este asunto, y siempre ha confesado que hubiera sido muy difícil para
él enfrentar el régimen para el que trabajaba su padre, el régimen presidido
por el padre de sus amigos entrañables de infancia.
La Generación del 28 es un mito que hay que
revisar. La generación literaria fue muy pequeña y en ella yo si tuve una
participación muy grande, por el famoso editorial de la revista Válvula, pero
lo que después se llamó, por intereses políticos, la Generación del 28, fueron
aquellos estudiantes que protestaron contra Gómez en Caracas.
En 1929 se gradúa
de doctor en Ciencias Políticas con la tesis “El principio de la no imposición
de la nacionalidad y la nacionalidad de origen” e, inmediatamente, parte hacia
París con un cargo diplomático: Agregado Civil de la Legación de Venezuela y, a
su vez, Secretario de la Delegación de Venezuela ante la Sociedad de las
Naciones. Comienza otra etapa.
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