Y aquí llegamos al quid del problema: no derrotaremos al chavismo si no desmontamos
la maquinaria de sometimiento electoral que ha montado. Motor y esencia de su estrategia
totalitaria. Si no convencemos a las fuerzas armadas de la responsabilidad histórica que les
cabe en impedir se cometa un fraude que dé al traste con nuestro esfuerzo por recuperar
Venezuela para los venezolanos y devolverles su rol de garantes esenciales de la soberanía
de nuestra, su Patria. Si no conquistamos el corazón del pueblo para que lleve a cabo la
más justa, la más bella, la más ambiciosa de las causas: volver a ser una gran Nación,
libre, justa, próspera y solidaria.
A Armando Briquet
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Tiene Chávez una claridad admirable sobre la empresa que acomete con tenacidad, astucia
y porfía desde hace 14 años: dividir a los venezolanos en dos bandos, usar uno de ellos,
sometidos por el engaño, el encanto, la corrupción o la dádiva de un Estado todopoderoso,
para declararle la guerra, vencer y aniquilar al opuesto, aquél que se niega a rendírsele
y al que considera su enemigo mortal, haciendo tabula rasa de las instituciones
republicanas para sobre ese campo arrasado montar una tiranía de corte totalitario. Para la
cual la ideología socialista y el modelo castrista le sirven de perfecto enmascaramiento. Y
la izquierda socialista -nacional e internacional- de plataforma de combate. Exactamente
como le sirviera a Fidel Castro, bajo cuya seducción ha caído rendido y a quien le ha
regalado su alma, su partido, su ejército y su Patria. Y a quien, según parece, está dispuesto
a sacrificarle su vida. Sin ese enmascaramiento, sus raíces y propósitos autocráticos,
militaristas y reaccionarios lo hubieran mostrado en su desnuda realidad y no hubiera podido
contar con el respaldo de esa falsa comunidad ideológica con las izquierdas. Amén de la
insólita compra de conciencias.
No lo mueve en ese intento, entendámonos, una ideología, un sistema de filosofía política
–el marxismo o cualquier otra– sino una auténtica teología, o mejor dicho una contra teología:
siguiendo la enseñanza de Bakunin gritar a los cuatro vientos que no acepta ni Dios ni Amo,
convertir al Estado dominado en todos sus aspectos y manejado dictatorialmente, en su
iglesia, a los ciudadanos en feligresía y a él mismo en su heresiarca. De allí su entendimiento
visceral con el talibanismo musulmán. La suya no es una actividad política cualquiera: es,
como la de Assad, la de Gadaffi, la de Sadam, la de Ahmanidejad una Yihad, una guerra
santa. Como la que creen estar librando Al Qaida y sus principales aliados, contra Occidente.
Su última declaración de principios ya estableció su precepto cardinal: solo los chavistas
son venezolanos. Siendo el chavismo no más que una adhesión visceral, emocional,
patológica de los sectores más depauperados de la población con su caudillo. El resto,
a juzgar por los procesos electorales últimos más de un 52% de la población son herejes,
apátridas. Y en una guerra santa ya sabemos el destino que les espera a los herejes:
la hoguera,
el garrote vil, la horca. O el simple exterminio mediante la cámara de gas, como lo pusiera
en práctica su antecedente más glorioso, Adolfo Hitler, con el pueblo que condenó al
exterminio. Nada anhelará más Hugo Chávez que una Endlösung, una solución final.
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Otra cosa muy distinta es que ese proyecto de guerra santa lo pueda culminar con éxito,
vista la tozudez de la mayoría culta y civilizada por medio siglo de práctica democrática
en no dejarse exterminar, en no permitirle el capricho de desterrarse, pegarse una
estrella de David en el pecho y encerrarse en el gueto que tenga a bien destinarle.
A lo cual contribuye, además de un tenaz espíritu libertario, la suprema incapacidad del
Gobierno que usurpa, en absoluto comparable al eficaz gobierno hitleriano, que asumió
un país en ruinas, quebrado económicamente, con seis millones de desempleados y
lastrado por aterradores y humillantes gravámenes de guerra y los resabios de una crisis
económica mundial para convertirlo seis años después –la mitad del lapso que ha tardado
el autócrata en despilfarrar una fortuna que Hitler no tuvo y devastar la Nación– en la
primera potencia industrial y militar de Europa.
La comparación no es caprichosa. Hitler inventó el expediente electoral para asaltar
el Poder por la puerta ancha de las elecciones. Comprendió -luego de fracasar su golpe
de Estado de 1923 y pasar dos años en la prisión de Landsberg, en Baviera- que un Estado
moderno no se lo conquista por medio de la violencia sino de los votos, para lo cual había
que apoderarse de la mayoría –la Hegemonía gramsciana– y desde las alturas del
poder legítimo deslegitimar la democracia, gobernar plebiscitariamente, perseguir y encarcelar
o asesinar a los demócratas y establecer la tiranía. Para conquistar luego a sus vecinos
y echar a andar el delirio de la conquista planetaria desatando un conflicto bélico de
dimensiones planetarias.
Todo lo cual debiera estar suficiente y meridianamente claro para la víctima propiciatoria
del delirio: más de la mitad de un pueblo consciente, nosotros, los demócratas. Temo de
corazón que a esa claridad, a esa criminal voluntad belicista, destructiva y totalitaria
del caudillo –el Führer– no corresponda en nuestras élites políticas la existencia de una
verdadera teología política, capaz de comprender la cruzada que debemos librar para derrotar
a Chávez, desalojar del Poder al chavismo y erradicar de suelo patrio la semilla del
odio, de la confrontación, del totalitarismo. Y establecer en suelo venezolano –nuestro suelo–
una nueva Democracia. Libre de corrupción, de politiquería, de irrespeto institucional,
de injusticia. Una democracia verdaderamente liberal y republicana, decente, respetuosa,
de sólidas bases y firmes convicciones morales. Asentada en instituciones respetables,
integradas por nuestros mejores espíritus, libres de todo influjo dictatorial. Acompañadas
por una sociedad civil vigilante y alerta, capaz de asumir los correctivos que las
circunstancias nos impongan. Una democracia como la que un día se plantearan sus
fundadores, en 1928. Y comenzaran a convertir en realidad a partir del 23 de enero de
1958. Que combata los graves males que heredados del pasado la ambición apocalíptica
de Chávez llevara al paroxismo.
Una democracia libre de la acechanza del militarismo, siempre presente en una sociedad
surgida antes de la violencia de las armas que del convencimiento de los espíritus que no
supo articular una sociedad civil capaz de ponerle coto y reducir sus fuerzas armadas
a sus funciones estrictamente profesionales. Siempre amenazada por el golpismo,
el delirio, el caudillismo. Antes fortalecido por los delirios de la izquierda castrista
que puesto en vereda por partidos políticos verdaderamente emancipados. De sus propios
pecados: el clientelismo, el uso del Estado para el enriquecimiento y de los aparatos
de justicia para acomodar sus mecanismos de poder.
Una democracia sustentada en una actividad económica emancipada del rentismo, de
la concupiscencia con los ingresos petroleros, de la subordinación a los gobiernos de
turno. Esa democracia que la historia ha puesto al alcance de la mano y por la
que debemos agotar todos nuestros desvelos.
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No será posible aspirar a ella y construirla si no comprendemos la inmensa gravedad
del desafío, si no nos enfrentamos a las perversas prácticas de manipulación, intervencionismo
y engaño de Hugo Chávez y sus cohortes. Incluido en primer lugar el aparato de ingeniería
política del castrocomunismo. Si no denunciamos nacional y sobre todo internacionalmente
el obsceno ventajismo con que se nos impone este fraude continuado. Si no le explicamos
al mundo que lo que se juega en nuestro país trasciende en mucho nuestras fronteras
y pone en jaque la estabilidad de todo un continente, abriéndole las puertas a la subversión,
el narcoterrorismo, el crimen globalizado, la Yihad islámica. Si no comprendemos la
radicalidad del enfrentamiento contra todas esas fuerzas del mal y desmontamos las
maquinarias de control electoral fascista y totalitario que le han permitido mantenerse
en el Poder por trágicos catorce años. Si no ganamos para nuestra causa a
todos los sectores verdaderamente progresistas del orbe. En un mundo todavía confundido
por falsos valores y engañosas utopías. Como nos lo pretendieran imponer con la
presencia en nuestro país del Foro de São Paulo, verdadera internacional del odio,
el enfrentamiento, la subversión.
Que se me entienda: una cosa es la táctica de apaciguamiento y reconciliación, de
reencuentro y entendimiento de todos los venezolanos, que nuestro candidato lleva a
cabo con éxito singular, llenando de esperanzas al país; y otra muy distinta, la estrategia
irrevocable que debe estar en su base: derrotar existencial, ontológicamente, de
una vez y para siempre el mal del caudillismo, del militarismo, del castrocomunismo
con el que se pretende pervertir el espíritu de la Nación y hundirnos en una tiranía tan
cruenta y longeva como la cubana.
Y aquí llegamos al quid del problema: no derrotaremos al chavismo si no desmontamos
desde ahora mismo y en el corto tiempo que nos queda la maquinaria de sometimiento
electoral que ha montado. Motor y esencia de su estrategia totalitaria. Si no convencemos
a las fuerzas armadas de la responsabilidad histórica que les cabe en impedir se
cometa un fraude que dé al traste con nuestro esfuerzo por recuperar Venezuela para los
venezolanos y devolverles su rol de garantes esenciales de la soberanía de nuestra,
su Patria. Si no conquistamos el corazón del pueblo, lo educamos y lo preparamos
para que lleve a cabo la más justa, la más bella, la más ambiciosa de las causas:
volver a ser una gran Nación, libre, justa, próspera y solidaria.
Hay un camino. Tenemos el imperativo moral de transitarlo.
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